Pedro permanecía con los ojos pegados en el retrato fotográfico de Carla y con la mejilla sonrojada descansando en la palma de su mano derecha.
«¿Estará en el paraíso?» pensó, preocupado «Quizá algún día la vuelva a ver».
Entró una mujer de cabello rubio con rodete, en camisón blanco. Brenda, que así se llamaba, caminó lentamente con sus pies descalzos y se inclinó para culminar la escena en un beso trompita en los labios de su hombre de tupido pelo castaño y poca barbita. Colocó sobre la mesa una pequeña botellita verde con incienso de sándalo. La nubecita que dibujaba se elevaba lentamente.
—¿Pedro que te gustaría cenar esta noche? —dijo la mujer levantando la voz. Hay fideos, pollo, pizza, pescado...
Dio la vuelta y reclinó su esbelta figura sobre la mesa de tal manera que sus pechos quedaran delante de él. Brenda abrió bien abiertos sus ojos verdes para examinarlo mejor, y movió su mano como quien limpia un vidrio delante de su cara y pese a su intento, Pedro estaba ido, estaba sin estar, ni siquiera su pensamiento se hallaba presente, más allá de todo, de la nada, la imagen comenzaba a materializarse, en estado de shock, o no, seguía pensando en la mujer del retrato, aún sin verla.
—Pedro contéstame, te hice una pregunta. ¿Qué cenamos? Ya pasó un mes. ¿La extrañas no? ¡Pedro!
La niebla avanzaba lentamente, paso a paso, Pedro sentía el frío de la muerte cerca y, sin embargo, no veía a la parca con una guadaña, y la extraña presencia que lo acechaba, envuelto por ese magnífico manto de incertidumbre y gris oscuridad, con los brazos extendidos, uñas largas y toda pálida como maquillada de ultratumba, y vestida con un elegante vestido blanco, que le decía: ¿Pedro crees que estoy muerta? ¿Crees que te casarás con ella? Y entonces comenzó a brotar de sus ojos sangre, y luego de su rostro, y finalmente de las raíces de su cabello para teñir todo su vestido de rojo.
Pedro dio un respingo y pestañeó de pronto, movió los hombros hacia atrás, tragó saliva, se acomodó en la silla y miró el rostro de Brenda, que seguía parada frente a él. «Brenda es hermosamente bella, y Carla era extraordinariamente bella».
—¿Qué estabas pensando? ¿Era tu pensamiento más importante que la visión de mis tetas? —preguntó Brenda mientras se paraba a su lado y peinaba con un cepillo su largo pelo rubio.
—No, no pensaba, no sé si pensaba, bueno si pensaba, estoy nervioso, no sé si te conté, ya tenía su vestido de novia, iba a casarme con Carla. Pedro volvió con sus ojos a contemplar el retrato mientras Brenda besaba su cuello. “Ella me pidió que la fotografíe antes de morir en ese accidente, allí se la ve linda y radiante, y pobre, luego su rostro ensangrentado, y quedó irreconocible”. «O quizá quiso matarse, o matar a alguien cuando lo descubrió, siempre fue una desequilibrada»
Brenda le regaló un abrazo de oso.
—Sé que es difícil amor, intenta olvidarla, supéralo, ya no te casarás con ella sino conmigo. ¿No serías feliz casándote conmigo? —inquirió Brenda.
—Claro que si Brenda, sabes que sí. Viviremos mucho tiempo juntos y puede que te llegue a querer más que a ella, pero el recuerdo no deja de ser doloroso para mí. Quizá podríamos casarnos por civil, como sea, a tu lado soy feliz.
—Yo también cariño. Si, podríamos casarnos por civil. No te voy a negar que a este cuerpito el vestido de novia le quedaría muy bien y la ceremonia sería lo más, sería un sueño cumplido. Lo importante es el amor que nos tenemos, la felicidad, las golondrinas revoloteando en mí interior cada vez que estamos juntos.
—Pedro se puso en pie y con un gesto de ternura en sus labios dijo: “claro que sí amorcito”. La sombra de Brenda se perdió por la puerta en busca de un vaso de agua en la cocina. Pedro repiqueteaba la mesa con los dedos y echo otro vistazo al retrato de Carla. «se ve tan linda, era linda».
Bostezaba cuando una voz de ultratumba rebotó en las cuatro paredes y entró por los tímpanos de Pedro. La voz arrastraba las letras y casi con esfuerzo y gutural pero perceptible le dijo: “Hola Pedro, estoy aquí Pedro, no me fui”.
—¿Oíste? ¿Qué fue eso? Escuché una voz. «Que extraño, la voz se parecía mucho a la de Carla».
—Yo no hablé. Seguro la televisión, la dejé encendida y está fuerte. Vamos a dormir amor, ya es tarde. Concluidas estas palabras, Brenda llevó de la mano a Pedro al lecho de rosas.
Pedro fue quien apagó la luz, si bien su pensamiento era una hoja en blanco, de repente comenzó a llenarse de palabras, algunas sin sentido, e imágenes que percibía alegres y tristes, todas en relación a Carla. Para poder conciliar el sueño, abrazó por la cintura a Brenda e intentó dormir. Se sentía con cierta intranquilidad, aunque no creía en nada paranormal, reflexionó que el viento no pudo haber sido quien formara palabras tan entendibles.
La fantasmal presencia no se mostraba con una sonrisa en los labios ni con ganas de bailar un vals con él. «Si en vez de estar con ella, porque estuviste con ella, y seguiste y no te importó, nada te importó, ni yo, y a los pocos días después de mi muerte volviste a estar con ella. No me quisiste como yo te quise. Ni siquiera fuiste al cementerio a verme, infeliz, ya verás».
Una tenebrosa y apenas perceptible voz venía de algún rincón de la pieza, y Pedro oyó clarito como la misma voz lo llamaba por su nombre.
—Amor, ¿escuchaste eso? —murmuró Pedro. Brenda con su sueño yunque, gracias a la pastilla que acostumbraba tomar cuando trabajaba temprano, soñaba ovejas negras.
Pedro encendió el velador y sus ojos escudriñaron alrededor. Lo apagó y volvió a frotar con su oreja la almohada. Esta vez un ruido indescriptible parecido al de un vaso rompiéndose, lo hizo sobresaltar.
Tomó coraje y en un atisbo de valentía movió sus pies con dirección al sonido espectral o a la nada misma.
En ese instante y frente a él pudo verla, con el vestido de novia puesto, y sin pies. Flotaba como un espectro infernal proveniente del mismo averno de la locura, y en una pesadilla negra del más terrorífico espanto sobrenatural, la fantasmagórica aparición tenía dos ojos del color de las tinieblas, o acaso no tenía ojos sino cuencas vacías y negras y emitía lamentos indescifrables y gemidos de espanto, al tiempo que un sonido gutural nacía de las entrañas de la abominación y con sus manos parecía querer atraparlo.
Pedro entreabrió los labios, abrió bien los ojos y dio marcha atrás. Se tocó el pecho con ambas manos y profirió un sonido apagado de su garganta cerrándose, dos pasos hacia atrás y su cuerpo cayó desplomado al suelo.
No pasaron ni diez minutos, y Pedro era un fantasma. Tenía consciencia, cuando escuchó al espectro de Carla que le decía:
"Ya ves Pedrito, si no estás conmigo no estarás con nadie".
|