La luz tenue y opaca de las velas y los aparatos de petróleo, alumbraron una noche los hogares del pueblo. Algunos jóvenes y mayores se dirigieron a la casa de los aromas donde vivía Rosa, una de las mujeres de aquel lugar con nombre de flor y quien era famosa por el don de contar cuentos. Congregados en torno al calor de una fogata, un público con mucha tensión, estaba atento en escuchar el relato de Rosa que se titulaba “El cuento del muñeco de trapo” y empezaba de esta manera:
Nahum, el cartero, quien tenía la rara virtud de que todos supieran su nombre con solo verlo, entregó el correo en una casa azul de balcón. La misiva estaba dirigida a Leonara, una mujer de piel morena, y cabello negro con cintas rojas entrelazadas. Con nerviosismo, ella abrió el sobre. En el venía una carta y un anillo de oro en forma de serpiente con dos pequeñas esmeraldas como ojos.
La carta, estaba escrita en términos cariñosos por su prometido, quien admitía que sus sentimientos habían cambiado, que llevaba ya algún tiempo con su nueva relación, y que se casaría al cabo de 3 días. Pedía excusas por no tener palabras sinceras y como recuerdo de un cariño inefable, le obsequiaba una joya que pertenecía a su familia.
La ira se apoderó de Leonara. Lloró de rabia y de dolor por una hora. Y aunque fue aconsejada por su madre que amar y no ser amado es tiempo mal empleado, juró venganza. Quería a toda costa, impedir el matrimonio, aun cuando su pretendiente no regresara a su lado. Al siguiente día, muy temprano, se dirigió a la plaza del pueblo buscando al mercachifle con corona de plumas y accesorios en el cuello que vendía abalorios, curas y pociones en el puesto al lado de la africana.
Leonara le contó en secreto sus intenciones y este le ofreció por una suma un pequeño libro de ritos y conjuros para cualquier mal agobiante.
Faltando un día para la boda, se dispuso a crear un muñeco de trapo como representación del hombre que había malogrado su destino, y que según el texto, tenía que crearlo lo más similar posible. El muñeco de trapo, terminó por tener un sombrero, dos botones como ojos, un bigote y pantalón con tirantes.
Cerca de las doce de la noche, Leonara llevó el muñeco al cementerio, lo cubrió de tierra y después de propinar una retahíla de oraciones, y de santiguarse tres veces lo guardó en su bolso siguiendo las instrucciones. En su cuarto, tomó unos alfileres y buscó el muñeco sucio teñido con té. A este se le había desprendido la pierna izquierda; Leonara buscó algodón para rellenarla y poder avanzar de nuevo. La pequeña Claudia, su hermana, despertó y la interrogó por lo que estaba haciendo. Era un imprevisto no calculado e inesperado para sus planes, pero sin saber que decir, no dijo nada.
Claudia lo tomó y durmió con el. Leonara tuvo que esperar el momento que su familiar descuidara el juguete, para poder repararlo y seguir con su propósito. A la mañana siguiente, Claudia dejó abandonado el muñeco, Leonara se dispuso a continuar con su objetivo, pero oyó resonar la aldaba de la puerta. Era la vecina Carlota, quien tenía la costumbre, que aunque nadie le preguntara nada, contaba lo que le pasaba a ella y a los demás. Así que empezó a describir lo que ocurrió en la iglesia.
Se creyó en un principio, que el futuro novio había dejado plantada la novia en el altar por la tardanza surgida, pero la boda se canceló porque a último momento el ex pretendiente de Leonara, tropezó caminando, con tal mala suerte que cayó sobre una botella, provocándose una importante herida en la pierna izquierda.
Estupefacta de terror, Leonara recordó la pierna del muñeco de trapo que aún no había restaurado. No sabía si lo que había acontecido, era producto de la combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables, o el producto eficaz del poder de su venganza, pero como el remordimiento es el precio que se paga por sentirse culpable, prefirió no continuar con su plan, porque comprendió que el destino, es ese conductor misterioso que guía nuestras vidas hacia un futuro que ya está escrito y del que, hagamos lo que hagamos, no podemos escapar.
En cuanto al muñeco de trapo, terminó por ser guardado en un cajón tapado por montañas de polvo en el rincón del desván, olvidado para siempre por Leonara y por la memoria del tiempo.
Bruno, uno de los jóvenes oyentes, le pidió a Rosa que contara otro cuento. Y Rosa empezó a contar el cuento de la casa del bosque.
Continuará. |