LAS ANGUSTIAS DEL DOCTOR
Hola amigos:
A veces, cuando no ando bruja, me da por ir a un bar elegante en el hotel Marriot. Ahí encontré a mi amigo el doctor, internista y además endocrinólogo. El elegante bebedero es propio para un profesionista de su categoría, ni modo que fuera, a mi consultorio y cantina preferida “La suerte loca” de mi barrio.
Lo encontré triste y en lugar de tomar su whisky como es su costumbre, se recetaba un caballito de tequila tras otro. Le pregunté:
—Mi buen Doc ¿qué le pasa?
—¡Anda que te cuento! A veces reniego de haber estudiado medicina.
—¡Cómo es posible! ¿Una eminencia como usted?
—Es que en la casa me aplican el “síndrome de Einstein”.
—Perdone mi ignorancia, ¿de qué trata?
—El buen Albert, el mejor físico que la humanidad ha dado, pero, su mujer no lo consideraba un genio, para ella era un inútil, en palabras vulgares y muy nuestras: un reverendo pendejo. Igual me trata mi media naranja.
—¿Por qué?
—Tanto yo como ella, ya no nos cocemos ni al tercer hervor, por la cantidad de inviernos que tenemos acumulados. Y la edad siempre nos pasa su factura. Las mujeres nunca aceptan su edad y los achaques que vienen con el paso del tiempo, que lo único que sabe es añadirnos años. Mi mujer anda de quejumbrosa: que le molesta el calor, que le duele la cabeza, que la tiroides, que los bochornos y un largo etcétera.
—La ventaja es que tiene un excelente médico en casa —le dije.
—No creas, ella, mis hijos, nuestros nietos, y más mi nieta mayor que está en su internado para obtener su título de médico general, no se explican cómo me recibí en la escuela de medicina. Y aunque no me lo dicen, pero, piensan que al igual que Einstein soy un verdadero pendejo.
—¿Tanto así?
—Sí, y cuando consulta un médico de moda, recomendada por sus amigas, y éste le dice lo mismo que yo y le receta algo semejante, de inmediato dice: “todos los médicos son una bola de mediocres que no saben ni curar un pulque”.
Cómo estimo y respeto mucho al facultativo no me atreví a decirle que yo estaba de acuerdo con la señora.
PD: Colaboró, mi amigo el Dr. Héctor y sus divertidas anécdotas.
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