Un Toblerone abierto, partido, mordido…
me saluda antes de sentarme.
A su lado una mujer.
Puerta C73 Munich.
Confirmado.
Por dentro me veo sonreír, aliviada por el chocolate, bombón, turrón, “dulzón”,
que con uñas y dientes se me ha revelado estos día y del que no me puedo defender.
La mujer del Toblerone será mayor que yo.
No la veo madre hasta que aparece un joven, de quien le supongo maternidad.
De repente, un triangulazo gigante de chocolate con leche (modelo Toblerone-aeropuerto),
es cogido y zampado por la supuesta madre alemana.
Al supuesto hijo, ni ofrecerle.
Y al poco, maletas, supuesto hijo, madre
y el Gigante ToBlerone, que apenas cabía en la mochila,
se incorporan en la cola de la puerta C73.
Vuelvo a sonreír. Por fuera esta vez.
El Toblerone y su dueña me reconcilian con la conciencia, quien acaba disculpándome por zamparme ese veneno dulzón que, con premeditación y alevosía,
me atrapa a ratos.
Hoy, elijo No culpa.
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