Revisando, leyéndome,
gritan las repeticiones.
Siempre lo mismo.
El desamor, algo del pasado
y sobre todo… esa.
La Parca.
Entonces, lo hago una vez más.
(no será la última).
Cuento…
Regresando del colegio
a nuestras respectivas casas,
caminaba con mi compañera.
Única mujer amiga del curso.
No son fáciles esas amistades.
Linda… y estaba desarrollada.
Yo, como todos, vivía excitado.
Y mi amiga, una de las más sexis.
Pregunté…
“¿Pensás en morirte?”
(comenzaba a molestarme la cuestión,
en realidad, ya molestaba)
La pregunta fué franca.
Ya aclaré que, debido al castigo de
nuestra amistad, casi no me quedaban
intenciones sexuales con ella.
Pero apenas dije, me reconocí como
interesante.
Mayor.
Así le gustaban a ella.
“¿Vos decís suicidarte?”
(consultó interesada)
Tardecita de invierno, vuelta del sitio
más aburrido del mundo,
cruzando la Estación de trenes abandonada
del Pueblo triste.
Pueblo desolado, muy triste.
Respondí como seguro…
“No me refería a matarte. Digo, morir.
Es que, no se por qué, pienso en eso.
Yo no quisiera.
Aunque escuché que los extremos se tocan.
Mi miedo a morir podría conectarse
con provocarla”.
Por un instante olvidé nuestra amistad.
A su hermano, también amigo mío.
Olvide… hasta a la muerte.
La frase fué buenísima.
Impactante.
Nadie en la historia de esas vías ferroviarias
había encontrado semejante idea.
En unos minutos, teníamos que estar haciéndolo
entre los matorrales de La Lea.
Me miró un poco preocupada…
“No, nunca pensé en nada de eso”.
Debuté otro día.
Con una chica a la que intenté hablarle menos.
Ese año murieron dos amigos de nuestra edad.
Nadie se suicidó.
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