Tonatico, (lugar donde brilla el sol), México. La plaza del mercado era un alboroto. Los niños de la escuela secundaria federal salían corriendo con su uniforme en verde hacia los puestos de nieve, paletas y “bolis”; en los pequeños puestos de pirotecnia lucían coloreados de cohetes, buscapiés, petardos, palomas, brujitas, luces de bengala, entre otros.
El rostro de la tenaz señora de las enchiladas se perdía por unos instantes por el volátil humo producido al verter la manteca sobre un gigantesco comal, dando cause al exquisito olor de las tortillas bañadas en chile guajillo; el entrado en años vendedor de globos multicolores es atraído por el olor y de inmediato le encarga dos órdenes de enchiladas “para llevar”, pensando compartirlo con su esposa. Del lado contiguo otro puesto de fritangas: quesadillas, sopes y tlacoyos, donde el queso, la cebolla y la sabrosa salsa verde, eran los mejores protagonistas.
El niño vendedor de cascarones llenados con confeti, sonreía al observar el momento en que los niños corrían para alcanzar a sus amigos y “tronárselos” en la cabeza. Las madres caminan despreocupadamente por el jardín principal saboreando un exquisito elote entero de maíz tierno preparado con mayonesa, queso rallado y chile en polvo, mientras sus hijos corren alegremente entre la gente.
Espléndida fiesta de pueblo con encanto lleno de tradición y cultura, que dura dos semanas, en donde los feligreses acuden a la iglesia a venerar a la virgen de la Candelaria, traída por los franciscanos hace muchos años. Actualmente es considerada la más milagrosa de la región. Ya por la noche, se reúne una gran cantidad de familias en el atrio del templo, a disfrutar la “quema de pólvora”, o bien, el espectáculo de los fuegos artificiales, dirían los más entendidos.

Al retirarme del lugar me cada claro del sentido creciente de valorar el patrimonio gastronómico y cultural que persiste en la mayoría de los pueblos, pero sobre todo, del sentido de pertenencia y de apropiación que se ha conseguido con el transcurso de los años.