Arroz de luna.
Me he figurado un espacio irreal, que comprende: La chacra de Mabel. Una reserva de animales. Un bosque; y en la lejanía, la catedral de Nuestra Señora de Lujan. En la estancia de Mabel, y en el propio bosque, horas antes de empezar la escena, se llevaba a cabo una fiesta, que se ve interrumpida por un caso sospechoso de coronavirus. Se trataba de una ceremonia de reconocimiento, hacia Ignacio, su marido, por haber alcanzado la proeza de aumentar hasta los quinientos kilos, con la consigna de tener que regresar al peso del comienzo (Valiéndose para engordar de muchos animales de la reserva, que cazaba a mansalva y comía) más luego, para adelgazar, cabando, en la propia estancia, un enorme pozo, donde irá a funcionar una laguna; pero debido a unos grandes atragantones, en el tramo intermedio del período de adelgazar, vuelve a subir de peso, quedando en estado de coma neurológico, así durmiendo durante varios meses, hasta luego despertar justo cuando pesaba lo requerido; logrando con ello establecer el record, acordado. Por otro lado, Joe (vecino y muy amigo de Mabel) es el guardaparque de la reserva, y principal perjudicado por la acción depredadora de Ignacio; y Mabel, que al quedar el marido en coma tanto tiempo, decide formar nueva pareja con el guardaparque Joe. Hortencia y Fulgencio son: La mucama de Mabel; y un muchacho, falso cura, que entró en sus vidas, pues fue quien unió en matrimonio a Mabel (Con el traje de oso adherido) con el Ignacio gordo; y en la propia catedral. Y por último, Hector, huesped de la reserva, hombre disfrazado de loro, que siempre lo confunden con un ángel. El argumento trata del enamoramiento de Dios hacia Mabel, con el poder de hacerla su esposa, y llevarla al paraíso; cuestión que bien puede ser interpretada como la muerte de Mabel por contraer el coronavirus.
Peronajes:
Mabel
Ignacio
Joe
Hector
Hortencia
Fulgencio
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1-
Arroz de luna. (Seudónimo: Alberto Centurión)
(En una reserva de animales, frente a la jaula de los leones)
Joe: No embromemos, era de preveer la clausura del evento ¡Las noticias provenientes de oriente dan cuenta de una pandemia muy severa!
Hector: Sepa, nosotros tenemos el pico encorvado, para los virus y bacterias no apunten al rostro, ni al almohadón de la lengua.
Mabel: Con todo, fue porfiada la tal ignomia de suspender un festival tan auspicioso; que suena a sedición en lata de sardina, decretar una cuarentena de catorce días por un borracho con un poco de tos y tres líneas de fiebre.
Joe: Se ha colmado la zona de filosos mosquitos, ávidos de inyectar su propia sangre para mezclarse con la nuestra, e ir ganando en trascendencia y espectacularidad; y ésto por culpa de la cisterna laguna, desagüe de la catedral para cuando hay marea muy grande.
Mabel: Querrás decir, enorme pozo de cinco hectáreas, noche y día, palada tras palada cabado por mi esposo como acción de volver a los setenta y nueve kilos.
Fulgencio: Por favor, quite de los barrotes la gorra húmeda de microgotas de fluggüe, inciertas y malhabenidas en su visera opaca.
Mabel: Resulta injusto que no hayan valorado los tantos milagros en danza, de evidentes señales de Dios en nuestro patio, como aquel de una cotorra, paloma mensajera, que cual vaquero, desviara aquella enorme plaga de langostas hacia el bosque malhabenido; o bien el fabuloso despertar del Ignacio justo al pesando los kilos requeridos; con ayer mismo el plano del pozo, de claramente desnivelado a quedar hoy totalmente liso; y a parte la marea prometida venirnos justo a la hora de la fiesta, a llenar el lago con el rio entrando por la tubería.
Joe: Si, con además, el gran milagro principal, de tener entre nosotros, al Divino lorazo terrenal, fantástico chamigo, hablando cual un catedrático por medio del Espíritu Santo.
Hector: Otro cuestión importante a resolver, son los virus intrahospitalarios. Pero Incisto en incluir al arroz de ser el promotor de un montón de enfermedades, por causa de ese maná del infierno depositado en la lengua, que aun quitándolo como es debido, acaso la punta del isber de una resaca maligna; de no extrañarme para nada, que en complicidad, con la ubicación de los astros, los rayos del sol salidos de su grados habituales, y las bombas que arrojan las grandes potencias, todo eso unido resulte ser el causante del covid-19. Sepan entonces que si los humanos desestiman la naturaleza, luego lo que el Magnánimo destruye destruído queda; y en la medida que no Lo incluyan en las fórmulas científicas, jamás podrán saber de la esencia primera.
Fulgencio: Entonces si puedes hablar con el Luismi, ruega mantener a éstos leones sin apetito.
Mabel: (Por fulgencio) Vos te quedás aquí a pasar la cuarentena conmigo ¡Guauuu!
Fulgencio: Basta de pleonasmo; y de agria resignación ¡Exigo mi liberación! Si cualquiera la puede crear, no es el alma lo más importante, sino el ser irrepetible y la propia vida.
Mabel: Siempre atenta y tenaz traté de convencer al gobernador Axel, de no suspender la velada, pero con ustedes allí metidos era como escupir contra el viento, con vos, cargoso, respaldando el aplazo del festival; con el evidente fracaso que significa para el Ignacio la clausura de la dichosa fiesta. Además con el mal gusto de meta insistir con el asunto del duelo a muerte.
Joe: No tengas dudas, que sin zigzageos del coraje, he de estar allí a la hora convenida.
Mabel: Y a propósito de los dichos de Cristina, de encuadrar al peronismo dentro de las corrientes socialistas, yo mientras tanto juraba ser una socialista de alma. No se apresuren, decía, ya verán, en los países con gobiernos liberales, por hacer honor de la libertad de los mercados, la pandemia será más severa allí que en aquellas naciones con regímenes socialistas, donde todo es más organizado; pero no hubo caso y adios festival de los record Ginnes.
Joe: El pueblo, en la previa del bosque, aparte de ciervos blancos, también carneó a los rinocerontes.
Mabel: ¿Pero que es ésto? De pronto el loro Hector ha desaparecido, como por arte de magia. Y allí está, en mi rancho, que nos saluda batiendo alas.
Fulgencio: Si, también lo veo; y observen como ahora se ha quitado el atuendo; caramba, sin duda el disfraz más perfecto del mundo.
Mabel: Era un disfrazado no más. Y al trámite de quitarse el vestuario, ahora estamos frente a un militar dispuesto para el combate. Igual, quien quiera que seas, siempre te voy a estar agradecida, y nunca me voy olvidar, de como me ayudaste tanto, a zafar, con tus sabios concejos de aplicar mordaces picardías para así por la vibración de la carcajada por fin lograr quebrar la costra de las heridas y separar la piel del cuero, de ese maldito traje de oso, fatalmente adherido.
Joe: ¿Pero entonces donde está lo sencillo de la existencia, que la materialidad, tan dura, se hace invisible, y al toque se reanima en otro sitio? Y encima por partida doble: El hombre y el disfraz.
Mabel: Pasó, poco después de quedar flechada del Ignacio, que poseída por la belleza del traje, desnuda me lo puse feliz de la vida, que estúpida desfilaba por la habitación cual una miss universo; hasta justo ver por la ventana a mi Hércules cuando pasaba con el carro, más, incrédula, salí volando al aciago encuentro; controvertido momento, si lo vieran, con él hambriento, creyendo que se trataba de un animal al que podía atacar, y así me enlazó no más, arrastrándome por varios kilómetros; entonces de inmediato la sangre de las heridas, se impregnó al cuero del atuendo, más luego, cuajada, peor, que ya no me lo pude quitar por nada del mundo; patética desgracia hasta llegado el lorazo Hector, que entró en mi vida para salvarme con la sabia terapia.
Fulgencio: Hay ruidos raros en el portón, cual si un tigre estuviera arañando la chapa ¿O es que llaman a la puerta?
Joe: Ande, vaya y atienda.
Mabel: Lo sé, draconiano y sin bemoles, entregaste los rinocerontes a la pandilla de hambrientos, que por los tantísimos incendios forestales, antes de morir calcinados los prefieren vender como alimento.
Joe: Queda claro, mujer; pues para mañana tengo en camino cuatro rinocerontes más.
Fulgencio: ¡Otro milagro! ¡Son los rinocerontes de Java!
Joe: Raro ¿Es que no los han asado entonces, y como indica la costumbre hechos los trajes al pie del matadero?
Fulgencio: Son Hortencia y el señor Ignacio.
Joe: En aquel momento, por ser amigo tuyo, y evitar el extrerminio, permití que use el rinoceronte macho en arrastrar el carro, que se la pasaba llevando tierra cual emperador romano, pero ahora, cual magnate desciende de un magnífico capote como de una limusina.
Ignacio: Me siento un estibador de penas ¿Como pudieron suspender el festival por tan insignificante motivo?
Joe: Por lo que veo, se manducaron a los rinocerontes, con el mismo ragú que te llevó a vos alcanzar los quinientos kilos.
Ignacio: Tiempo y espacio son una misma cosa, lo mismo que vos y yo detrás de la misma pollera.
Joe: En sufragio de boleta única, tú te has elegido solo, con el resto de la lista donde figuran las tuyas solas apreciaciones.
Hortencia: Hoy por la tarde, en los preparativos finales, el pueblo tronzó a los rinocerontes, y te vimos como recibías dinero de los barrabravas.
Joe: Sin más, eres como la típica sirvienta de la comedia, ramera insolvente devenida en amante del hacendado.
Ignacio: ¡Cuidadito! Vamos pronto al desafío, necesito redimir el alma a tanto desprecio inflingido.
Joe: ¡Caraduras! ¿Qué es eso de andar comiendo animales de exposición, con la total anuencia del pueblo? Que se creén, aunque esto sea un zoológico ésta es mi cuna.
Ignacio: Marchemos al reto; no practico otra cosa que rezar para verte ascender al inframundo.
Joe: La mejor manera de revalorizar mi orgullo será verte boqueando.
Fulgencio: Mejor usemos tapaboca; donde si nos pescan nos confinan a todos.
Horterncia: Marchemos, pero respetando los protocolos.
(Salen en dirección al rancho de Mabel, bordeando la laguna. En la ribera hay unas mesas preparadas como para una cena de gala)
Joe: Hay poca gente, por poco ninguno.
Ignacio: Me robaron el presente con el bosque y la estancia colmada de adeptos, solo quedando anonimato y espacio sin fin.
Joe: Entendé que por culpa del último atragantón en que venías bajando de peso, allá por los trescientos kilos, donde por el traspié quedaste durante un montón de duros meses postrado en vida vegetativa, dejaste a tu señora con el destino flotando a la deriva, cual un obsequio; y aparte de la inmundicia del deber soportar eruptos radioactivos y flatulencias atómicas, de enamorada de un tipo de esbelta figura, y acariciada por una mano suave, al poco tiempo palmeada por la pala de una topadora; para finalmente, me incluyo, a los albores de la tercera edad, donde el tiempo te inmuniza de todo, quedar presa de una incertidumbre dañina, por motivo del coronavirus que preferentemente ataca a las personas mayores.
Ignacio: Entre andar constatando si tú eres un procaz usurero, o el duelo a cruda muerte, pienso lo más fructífero será el asunto del desafío.
Joe De seguir ahondando en la vanidad no vaya ser que nos pesque la madrugada sin haber realizado nada de lo nuestro.
(Empieza a soplar un fuerte viento)
Ignacio: Exitado me encuentro pues, dispuesto a cruzar el Atlántico, por segunda vez a nado. En el caliz de la noche de pronto sopla un viento arremolinado, digitado hasta en los más mínimos detalles, como en aprobación de algo, pero sin duda donde el Señor nos trata de abrevar verdades.
Mabel: Notable; y de tan inteligente, aquí se va formando un hombre sobre la arcilla; referí de pantalón corto.
Hortencia: También aquí se dibuja un vestido de novia, con relieves perfectos hasta en los volados más sutiles. Kikikiriki.
Fulgencio: Sobre el suelo ingenuo del propio lodo, se sierne sobre las estrellas un ramo de rosas espigadas. Guau guau.
Ignacio: Noto algo pavoroso en nosotros; cuando hablamos, las bocas parecen hocicos con labios de hebras de palmera, y las voz se va mezclando con reales sonidos de la selva; dá la sensación de estar convirtiéndonos en los propios huésped de la reserva. Miau, miau.
Joe: ¿Será la voz distorcionarse por el mismo viento en la inercia del proceso? Muuu ¿Que sé escucha? Jiiiiii.
Mabel: Sonidos de aves y mamíferos, con algunas sílabas entrecortadas.
Fulgencio: ¡Pronto, rajemos! ¡Este ser empieza a tomar vida de verdad! Muuu.
(No imagino ser algo profundo éste juego de mezclarse el habla con sonidos de animales, ni tan poco muy afectado, sino más bien superficial y simpático, donde de todos modos el texto fluya, que bien podría ser acompañado de algún juego corporal de poca exigencia)
Mabel: Estamos al horno, con Hortencia pasa lo mismo, solo emite mugidos estirados, con la evidente intención traducida en gestos, pero dentre el viento inteligente, solo se escucha como un barritar alegre y entrecortado.
Hortencia: Miau. Le ruego no me pida favores, renuncio, desde hoy no seré más su sirvienta, estoy de novia con su marido; y es porque usted lo cambió por el guardaparque.
Fulgencio: A Mabel se le entiende todo. Giiiiapi.
Joe: Mañana me jubilaré, pero igual prefiero morir luchando antes de vivir avergonzado. Auuu, eaea, juuuua juuua.
Ignacio: Seguro hablaste de mí, pero cual un asno repugnante. pi pi pi.
Mabel: Relinchos interminables, gorgojeos de águila, ronquidos agonizantes de búfalo y de jabalíes.
Joe: Presten atención, de aquí de la tierra, sale el muchacho caminando, y se nos viene. Bruuuuu, bruuui.
Fulgencio: Ahora sonaste como trompeta de elefantito.
Mabel: Porta aspecto de tierno varón, en el sentido de macho dócil.
Saturno: Me llamo Saturno, mucho gusto de conocerla.
Joe: ¿Señor mío, podría decirme como va ésta cuestión del coronavirus? ¿Se puede salir o estamos en cuarentena? jirijijiauuu.
Saturno: No sé. Sepan disculpar la duda, pero bastante me cuesta entender.
Joe: ¡Miseria y debacle! ¡Riesta de problemas! Es por culpa del carnaval de éste tipo, en las cuerdas vocales instalado. Cruacrua. Cruacruá.
Saturno: Vaya, cómo clama éste con sonidos de aveztruz ¿Te sientes bien?
Hortencia: Por el sacrificio de los tantos animales es que se formó la moda de los disfraces, y ahora esto de hablar así.
Mabel: El viento te dió la vida, y nosotros te vimos nacer, por favor quédate, no te marches así por que sí.
Joe: Aquí el amigo indio, debajo de la camiseta del Barcelona, lleva una sotana de religioso, pero en realidad se trata de un falso cura, de en su momento unir en matrimonio a la señora con éste, la famosa tortuguita renga; casamiento muy cuestionado por la curia, por un disfraz de oso fatalmente adherido.
Saturno: ¿Famoso por qué?
Joe: Por aumentar de peso hasta los quinientos kilos, más luego, durmiendo la mona en vida vegetativa, adelgazar, y milagrosamente despertar justo cuando estaba delgado. Ha alcanzado un récord sin presedente, comiendo tantos animales de mi zoológico, que así fuí acumulando odio al punto de desafiarlo en duelo a muerte.
Saturno: ¿Podría usted arrendarme la sotana a cambio de mano de obra a cuenta?
Fulgencio: ¿Para que? No estoy en condiciones de regalar nada.
Hortencia: Ojo con éste pibe, no tiene parangón, lo puede llevar a robar y después quedar criminalizado.
Mabel: ¿Sería tan amable de intervenir como juez, en un duelo a muerte entre estos dos caballeros?
Saturno: Desde luego, pero ¿Árbitro vestido de cura?
Mabel: Cuando él se ausentó de mi vida, me puse de novia con el guardaparque, pero después despertó y por ahora me considero en litigio, pero, sin desempate, prometo formar pareja con el triunfador del duelo.
Saturno: Si, quisiera ayudarlos, pero ¿Como serían las reglas?
Mabel: En calzones se enfrentarán en lucha libre, a ver cual de los dos triunfa ahogando al oponente; debe de empezar cuando el árbitro lo disponga, y finalizar al dictaminarse el deseso forzado de alguno.
Fulgencio: Cae granizo; llueve arroz blanco, y justo la luna parece un reloj de arena que de a poco vá desaparciendo.
Mabel: Son como copos de nieve, pero de arroz largo fino.
Hortencia: ¿Se trata de la luna hecha trizas?
Ignacio: ¿No será que la teoría, esa de los deshechos del arroz, pululando en el interior del cuerpo, donde aparte del filtro de la lengua por poco hasta los perros estarían necesitados de un segundo aparato digestivo, se trate de un despropósito tan inconmensurablemente desacertado, que por tanto, ahora Dios nos despedaza la luna, como diciendo, coman muchachos, coman tranquilos, y alertarnos de no seguir hablando pavadas?
Mabel: Entonces sería importante saber, si Dios creó el universo con cada detalle pensado, o como los políticos improviza sobre la marcha.
Ignacio: Se sabe que todo está escrito.
Joe: Fugaces palabras de un fornido críado a récores en los que nunca nadie repara.
Mabel: A pelear sin más vueltas.
Joe: Si, basta de esperar lo tan deseado.
Ignacio: No me voy a achichar en dejarte morado.
Joe: ¿Con arrugas en la cola pretendes quedarte con una mujer tan soñada?
Ignacio: Grumete del diablo.
Saturno: Aquí mejor, señores. Luchadores, espérense, no se enfrenten fuera del lago.
Fulgencio: Miren esa luz en el cielo.
Hortencia: El firmamento se va copando de ángeles y querubines de tiza, con las estrellas quedando como collares de diamante en sus cuellos; y miren como sobre la ribera se despliega una rambla, de la cual se extiende un respaldo empotrado sobre el bosque, y allí aparece una gran biblioteca, con un módulo arriba donde también hay una vinacoteca, con botellas, copas de cristal modelo Alaska, cientos de damajuanas de tinto rosado y blanco; con sobre el cielo una pasarela donde desfilan bellas mujeres de todas las razas.
Fulgencio: Si, y allí veo también, venir un elegante adonis, aquel bravo soldado quien se quitó el disfraz de Hector.
Saturno: Con ustedes ¡Jehová de los ejercitos!
(Hortencia ayuda a Mabel a ponerse el vestido de casamiento, y luego se despiden con un sentido abrazo)
Joe: Con ésto planto bandera, que ya venía mal barajado, donde si me levanto de seguro golpeo la cabeza contra el techo, que al elongar vuelvo a quedar tullido.
Saturno: Mabel, aceptas por esposo al señor Jehová de los ejercitos.
Mabel: No lo sé, lo voy a pensar unos días.
Hector: A ver, Mabel ¿Cual cúpula superior a la del cosmos, con bordado de arcángeles a tus ojos?
Mabel: En verdad, ninguna.
Hector: Dichosa vida nos aguarda, emparejados en años, sin nunca envejecer ni siquiera por un segundo.
Mabel: Entonces, tonta de mi en fraguar delirio cuando debiera estar a tu lado.
Hector: Necesito tenerte pegada con tu silueta de flama de fuego, y dibujar con la pluma del presente, en tantas quebradas del crepúsculo, una historia de amor financiada del más puro cariño.
Saturno: Mabel, aceptas por esposo al señor Jehová de los ejercitos.
Mabel: ¡Por supuesto!
Hector: Atiende, ahora como para tus amigos, sin recelo, acepten el destino irrevocable, te ofrezco ésta ceremonia breve, más después nos casaremos en una mesquita del paraíso.
(Mabel arroja el ramo de novia a Ignacio)
Ignacio: ¡Ruego me sepas perdonar los tantos error cometidos!
Mabel: Sábelo, lejos de importarme un bledo, muy mortificada estuve por la suspención del reconocimiento; no cualquiera logra aumentar quinientos kilos más luego adelgazar otro tanto.
Ignacio: Mi próxima aventura será escalar el Aconcagua y en la cima voy a gritar al cielo lo mucho que te quiero.
Hector: Esposa mía, me place conversar de diferentes temas, y continuar buscando entre los astro nuevos proyectos de vida ¿Sabes? Puesto que siempre desié tener un pueblo que actúe a mi modo, empezé por tomar ánimo de crear a Adán y Eva, que son, no como todos creen los primeros humanos del planeta, sino los dos primeros judíos.
Mabel: Ah, si es por ello, no te hagas ningún problema, seré, con toda mi estirpe, la más agraciada entre todas las judías.
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