Cuento
Gente linda
—¡Viejo, Viejo, despierta, José Manuel! Despierta, ya está bueno de dormir tanta siesta.
José Manuel entreabrió los ojos e instintivamente se llevó su mano derecha hacia ellos para cubrirse del sol de la tarde de esos últimos días de verano.
Estaba recostado en un viejo sillón de mimbre bajo la sombra en la galería que daba al amplio jardín de aquella antigua casa señorial, otrora reluciente, hoy ya un poco maltratada por el tiempo.
—Levántate viejo flojo la merienda está servida —le insistió Rosa María.
José Manuel la observó con cara somnolienta, mientras murmuraba entre dientes: esta vieja que no deja dormir tranquilo y lo peor es que me despierta en la parte más interesante de lo que estaba soñando.
—¡Ya, ya... ya voy! Ayude a pararme —y le tendió una mano para que Rosa María le ayudara a incorporarse.
Mientras caminaban hacia el lugar donde estaba servida la merienda él la va observando a la vez que con voz grave y ceño fruncido le pregunta:
—Veo que Ud. Rosa María se puso ese vestido elegante, también noto que se pintó los labios ¿Por qué?
—Pero viejo, acuérdese que hoy es domingo por lo tanto es posible que vengan a vernos los hijos o los nietos, por lo mismo Ud. tendría que haberse afeitado y puesto una camisa más bonita, aún es tiempo —le espetó Rosa María.
—¡Baaaah! Yo sabré lo que hago —refunfuño José Manuel haciéndose el desentendido.
Se sentaron en una gran mesa que alguna vez estuvo mucho más concurrida, ubicada en un salón que también daba al jardín para degustar la merienda, la que ya estaba servida, mientras esperaban la llegada de las visitas.
Rosa María, con delicadeza, preparó para él y para ella sendas rebanadas de pan tostado con mantequilla en las que además untó mermelada.
Bebieron su té silenciosos, mientras degustaban calmadamente galletitas y queso desnatado.
Luego ambos siguieron sentados, ensimismados hurgando en sus pensamientos, hasta que José Manuel se puso de pie y tendiéndole una mano la invitó a caminar por el amplio jardín que rodeaba la casa.
Caminaron tomados del brazo por un buen rato, observando y comentando el colorido de las flores, jugando a recordar el nombre de ellas al igual que con los arbustos que adornaban el jardín.
Después de unos minutos de silencio José Manuel pregunto:
—¿Qué piensa Rosa María?
—Nada importante. Pensaba a qué hora llegaran los niños.
—No se preocupe ya van a llegar, aún es temprano —dijo José Manuel, indicando el sol que ya se escondía entre los árboles más altos, disimulando que de reojo miraba su reloj.
Se sentaron en un banco a la sombra del inmenso ombú que repartía su amplia fronda tal como sus raíces, en el centro del patio, a la espera que algún hijo o nieto llegara a visitarlos.
Mientras los gorriones revoloteaban trinando entre las verdes ramas del ombú Rosa María recordaba aquellos años cuando los hijos eran pequeños. También recordaba aquellas largas noches de vigilia cuando tenían alguna enfermedad y cómo no recordar aquellos momentos de alegría cuando llegaban con algún pequeño regalo, muchas veces hecho por ellos mismos, los días de santo, cumpleaños o día de la madre.
También estaban en su memoria recuerdos de vivencias más recientes, cuando los hijos la llevaron a unas inolvidables vacaciones, sintiéndose con ellos y los nietos recorriendo las calles de Ciudad de México, tomándose fotos en la Plaza de las Tres Culturas, subiendo escalinatas en las pirámides aztecas cercanas a la ciudad, trepando cerros en Taxco en busca de artesanía de plata, además muy claro recuerda cuando uno de sus hijos le prometió, en las playas de Acapulco, llevarla con ellos a todas las vacaciones...
Mientras tanto José Manuel, acariciando una gran barra de chocolate que escondía en un bolsillo de su chaqueta, pensaba en el nieto regalón al momento que también recordaba cuando los hijos se graduaron y orgullosos le agradecían los sacrificios hechos para la obtención de aquellos logros.
Rememoraba también cuando cada uno de ellos inauguraba su primera casa o celebraban los éxitos conseguidos en los respectivos desempeños de sus carreras profesionales. No dejaba de recordar esas vacaciones, no tan lejanas en el sur de Chile, pescando salmones en el río Toltén con todos sus nietos y también la celebración de su cumpleaños número setenta.
Y así, entre recuerdos, paseos por el jardín, conversaciones triviales, esperando, fue pasando la tarde. Ni nietos, ni hijos, nadie llegó.
La luz del sol ya se había extinguido y el fresco de la tarde los sacó de sus respectivas abstracciones e indujo a entrar a la casa.
Junto con servirse una taza de leche bien caliente con un trozo de bizcocho ambos tomaron sus medicamentos mitigadores de los achaques físicos propios de la edad, pero que no calman las dolencias del espíritu.
José Manuel sacó de su bolsillo la barra de chocolate del nieto regalón para pasársela a Rosa María diciéndole:
—Para Ud. Rosa María, eso sí que tiene que convidarme aunque sea un pequeño trozo, o lo que sea su cariño.
—Gracias José Manuel, mañana comemos un trocito cada uno, solo un trocito, Ud. sabe por eso del colesterol y la diabetes.
Rosa María se puso de pie, se acercó a José Manuel y dándole un gran beso en la mejilla le dijo:
—Buenas noches mi viejo lindo.
—Buenas noches viejita preciosa y gran compañera de mis días viejos —respondió José Manuel.
Y cada uno se dirigió a su respectivo dormitorio, pensando ella en sus nietos y él en los suyos, mientras en silencio las penumbras envolvían la vieja casa de reposo que albergaba a mucha gente linda, igual que ellos.
Incluido en libro: Cuentos al viento
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