En el interior de la pequeña capilla junto a la parroquia, se instalaba el coro de la iglesia. Allí, cada domingo muy puntual a las siete de la mañana, ensayaban los coristas que entonaban melodías y estas resonaban en los magníficos espacios con el sonido de la música del órgano que luego acompañaba la misa.
Un domingo cualquiera, la sobrina del cura por primera vez se le hizo tarde para ir a la misa por estar buscando las llaves del baúl donde estaban los instrumentos. Como la casualidad es la combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar y que caracteriza a los acontecimientos imprevistos, ese mismo día, el barítono también despertó tarde, de un brinco saltó de la cama, corrió al baño a ducharse, luego de vestirse bajó a la cocina a prepararse el mismo desayuno de todos los días, tomó su sombrero y salió corriendo. El tenor quien era el herrero y Bautista, el vendedor de fruta, quien era el bajo, se dirigieron en bicicleta, pero tuvieron que esperar un rato a que las lentas vacas de la gorda Panchita dieran paso en el camino. Rosa Gastón, una de las siete hermanas con nombres de flor y quién era la soprano, se dio cuenta que el reloj de su casa se había atrasado, y como refranes y sustos hay para todos los gustos, con la velocidad de una locomotora, se echó a correr. Inés, la contralto, llevaba puesto un vestido floreado y un sombrero con un velo para salir, pero recibió una llamada inesperada, Purísima Concepción desde la puerta de su casa, la llamó a grito entero para que contestara el teléfono, (el único del pueblo). Purísima Concepción, sabía que Inés se pegaría al aparato y malhumorada la invitó a seguir.
Una luz rápida y brillante que atravesó el cielo, dejó un rastro tras de sí similar al de un tren, de pronto, una extraña explosión sacudió la tranquilidad de los pobladores de El Encanto. El estruendo, había generado un leve temblor de tierra en la población. Cuando los coristas llegaron al tiempo, pero al destiempo, observaron que la pequeña capilla de madera donde cada domingo asistían puntualmente al ensayo, estaba destruida.
Aunque los milagros son hechos no explicables por las leyes naturales estos siempre serán el lenguaje de Dios y el destino siempre será insondable. Ahora, para los pobladores habría que volver a empezar a construir una nueva capilla, pero el arte de volver a comenzar, es también poder armar una buena historia. |