Muchas personas se habían reunido en la capilla de la funeraria para ver al muerto por última vez. Su madre era la que más lloraba frente al ataúd, desconsolada.
Aunque había sido un muy mal hijo, que solo le había dado en vida penas y desdichas, ella lo amaba, como solo una madre puede amar a un hijo.

Algunos vecinos y amigos se acercaron a ella y la alejaron del ataúd para sentarla en una silla y tratar de calmarla. Entonces, para asombro de todos los presentes, el ataúd se abrió y el muerto salió del mismo, tambaleándose. Se dirigió hacia su madre ante la mirada estupefacta de todos los invitados, que no podían dar crédito a lo que veían sus ojos.

Su madre se limitó a observarlo. Cuando finalmente el muerto llegó a ella este cayó de rodillas y comenzó a llorar.

-Lo siento –dijo entre sollozos-, lo siento mucho mamá. Siento haberte tratado tan mal, siento haber sido solo una carga para ti, siento haber sido una maldita basura y solo haberte traído desgracias. Por favor mamá, perdóname. No puedo morirme si no me perdonas. ¡Perdóname mamá! ¡Necesito que me perdones!

-No te preocupes –dijo su madre levantando el rostro de su hijo con ambas manos-, te perdono. No me importa como hayas sido en esta vida. Eres mi hijo y siempre te voy a querer.

Acto seguido se abrazaron. Cuando ella lo soltó, el cuerpo de su hijo cayó muerto sobre el piso de la capilla.