Parágrafo I.
Somos como payasos. O talvez como espantos. Perambulamos. Hablamos, comemos, caminamos. Nos hastiamos de todo y de nosotros mismos. Descubrimos la sorna irónica del ego herido, incluso en nuestras mejores intenciones. Tenemos sed de profundidad y angustias vivas los mejores dias. Otros, simplemente callamos y pervivimos, una rama a la vez y solo una, como un árbol en el desierto. Nos sentimos especiales y solos, en un universo de frágiles significados. A veces también nos sabemos torpes y tememos, tememos ser descubiertos en nuestra futilidad, en nuestra inconsistencia. Hablo en plural, en el nombre de todos los YO que habitan este cuerpo. Firmo y publico.
Parágrafo II.
Hoy voy a decir que soy feliz. Tengo una casa, dos perros, un amante tierno y solidario. Tengo un motivo, un fundamento, un desconsuelo, un orgullo y dos o tres gotas de coraje. Tengo mi prosa, mi música, mis fotografías, mis libros, mi ciencia llena de inexactitudes y curiosidades. Tengo un pasado que ya no me persigue. Tengo un futuro que ya no me espanta. Tengo la certeza de este tiempo que vivo. Hablo en el nombre de la mujer que, hoy, me ha sonreído desde el espejo. Firmo y publico.
Parágrafo III.
Ocasionalmente pienso en mi muerte. Quisiera creer que vas a estar allí, para darme valor apretando mi mano y muriendo, digamos dulcemente, conmigo. Sin embargo, predigo que estaré sola, con los ojos abiertos y escrutando las sombras que, inexorablemente, se irán cerrando sobre mis párpados. Hay algo heróico en amarte, amarte aún sabiendo que no podrás quedarte, que no puedes protegerme del vacío. Y hay algo trágico también, absurdo, por que al amarte me entrego, me condeno a vivir en el luto por anticipado y a destiempo. Por eso me consuela pensar ocasionalmente en mi muerte. Hablo en el nombre de la mujer que, desnuda junto a ti, esta noche te ve dormir y ya te extraña. Firmo y publico.
Parágrafo Final.
El ser humano que he sido escribe sus memorias. Una vez salvé una abeja de una muerte segura en la avenida. Declamé poemas en todas las fiestas infantiles; a cambio amasé un tesoro de chocolatinas. Fui adoptada por un perro y, en compensación, lo dejé llenar de pelos y de pulgas mi almohada. Tuve miedos atroces, bajo el ojo de Dios que me observaba. En algún momento me descubrí mujer y percibí también que no era fácil: en el descomunal caos de mi cuerpo aprendí de delicias y vergüenzas. La menarquia me acercó al suicidio, el suicidio al valor y el valor a la vida y al deseo. Declaro a modo de conclusión: tanto busqué que me quisieran, que un día descubrí que, en el fondo, era yo la que quería quererse. Firmo y publico. |