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El joven mensajero se bajó de la bicicleta, se dirigió a la puerta y llamó con suavidad. Casi de inmediato se dio cuenta de que había alguien en casa. No escuchaba nada, pero estaba seguro que sus golpes en la puerta harían que salieran a abrir y se moría de ganas en ver quién sería aquella persona, aquella mujer llamada Purísima Concepción. La puerta no tardó mucho en abrirse, pero no hubo prisa en la forma en que se movió sobre sus bisagras. Por fin se abrió y apareció ella.

La mujer de piel trigueña y con canas, inspeccionó el paquete cuando el joven se marchó. Paralizada, miró el envío, lo sopesó sin abrirlo, e irresoluta trató de imaginar en vano qué podría contener. Observó los datos que tenía y era la dirección de su hermano. Salieron de una de las habitaciones de la casa los hijos de Purísima, una pareja de mellizos tan iguales como dos gotas de agua, con un parecido de asombro, sin ningún reparo, destaparon la caja y para sorpresa de todos, observaron un armatoste nunca antes visto. Leónidas, un hombre ya casi viejo, de aspecto torpe y lento, que manejaba las cosas dificultosamente como si fueran fardos, tomó la carta que se habían caído cuando sus hijos abrieron el paquete, entregó la misiva a su esposa, y esta leyó la hoja de instrucciones, pero por más que deletreó no entendió la función del artefacto, así que lo dejaron para decoración del hogar.

En la carta, su hermano Abel le explicaba que pronto instalaría una línea que uniría la casa de su pueblo con la de su hermana, afín de estrenar el par de teléfonos que había comprado en una feria de París y como ya se figuraba que ella no sabría el significado de la palabra teléfono porque era algo que sólo era privilegio de pocos, trató de explicárselo como dispositivo de comunicación diseñado para transmitir conversaciones por medio de señales eléctricas. Una simple conexión de los dos aparatos a la línea de telégrafo haría posible la comunicación, ya que la corriente eléctrica, adquiría un poder casi sobrenatural y saltaba sobre ciudades, ríos, montañas, países enteros, transmitiendo a miles de kilómetros de distancia mensajes que por primera vez permitían la comunicación simultánea de la hasta entonces aislada experiencia humana. Pero por más explicaciones tecnológicas que se le suministró, su hermana no entendió ni pizca.

Amigos y allegados de Leónidas que visitaban la casa, observaban con curiosidad el artefacto negro ubicado en la mesa de sala sin decir nada, hasta que un buen día, Abelardo, un viejo científico, pensionado y ahora radicado en el pueblo que había ido a jugar cartas con su amigo, se dio cuenta de la maravillosa invención que tenían y les explicó que aquel invento permitía al espíritu de una persona expresar un mensaje por su propia voz, sin necesidad de transportar para ello el cuerpo. El asombro de la familia fue enorme. Meses después, Abel llegó a la región con sus instrumentos, caminando de un lado a otro con un montón de cables y tenazas de acero absorto en su trabajo, y otro buen día partió.

En una mañana, cuando el sol bañaba la población, la familia fue despertada por un sonido que les pareció que procedía de un mundo desconocido e irreal para sí mismos. Un mundo tan lejano como la Luna lo estaba de la Tierra. Los mellizos Bruno y Aylin fueron los primeros en descubrir que el enigmático sonido provenía del aparato nuevo. La familia pronto hizo un ruedo al artilugio y siguieron escuchando estupefactos un remitente ¡Ring, riiing!

El aparato se había convertido en un verdadero suplicio para todos. Purísima Concepción con muchos nervios, decidió tomar el manófono como gentilmente le había explicado Abelardo, e intentó comunicarse con su pariente, pero no entendía de dónde salía la voz, no sabía por dónde tenía que hablar, se asustaba y soltaba el aparato, luego lo tomó y empezó a gritar a los cuatro vientos para que su hermano la escuchara, terminó por colocar el auricular del teléfono en su sitio dando por terminada la conversación telefónica y dejando a Abel sin concluir su mensaje de saludo.

La mujer muy alegre, salió corriendo con su marido e hijos a contarle la experiencia al viejo científico, este los divisó desde la ventana, y ya se figuraba que tendría que volver a explicarles, pero con gran paciencia y afecto les volvió a enseñar el método para hablar con su pariente y esta vez para cerciorarse, los acompañó hasta su casa. El teléfono era negro, de baquelita y frío. Solo era cuestión de pararse frente a él, y establecer la comunicación, le sugirió hacer combinaciones girando el disco al dígito específico completando el número al que deseaba llamar.

Al principio, Purísima Concepción tenía la idea de que si marcaba los números correctos el teléfono se iba a abrir, como en una maquina de casinos, todos iban a empezar a aplaudir y la iban a sacar en hombros de la casa. También creía que lo erótico de la máquina, estaba marcado por la marcada: porque como el auricular permanecía unido por un cable al cuerpo del aparato donde yacía el disco con los números, este para ser accionado, requería de la introducción de un dedo que además, a la frase de Abelardo: "mete bien el dedo", que ella escuchaba cuando introducía incorrectamente el número deseado, le parecía que era así.

Pronto toda la familia fue una experta en la manipulación del mecanismo. La noticia del nuevo invento de contrabando se esparció muy pronto en toda la región y fue asombro de muchos. La mujer gris que no contaba para casi nadie, y que cuando pasaba por las calles no saludaban, ahora era el centro de atención. Muy pronto, la gente empezó hacer amistad con Purísima Concepción, y ella los invitaba a su casa y les mostraba el funcionamiento del artefacto, al igual que les ofrecía con toda la amabilidad del mundo, el servicio del dispositivo y un delicioso café.

Los ricos del pueblo como María Sempere Pietro, Clemente, y Florencio, el dueño del telégrafo, al enterarse de la nueva invención, querían tener uno en sus casas, así que se dirigieron donde la alcaldesa para que les colaborara en este proceder, ella viajó a la gran capital e hizo filas interminables para que el dicho receptor tuviera más acceso al pueblo. Al llegar, la alcaldesa expresó que sin duda habían acogido la solicitud, pero sería una espera de meses.

Mientras tanto, en las cartas que ahora entregaba el mensajeo llamado Nahum, el remitente escribía en ellas el número 5759, línea asignada al nuevo aparato reproductor de voz, cartas que eran devueltas con otros números de familiares y que facilitarían la comunicación. Además, que este número se convirtió en favorito para apostar, y pronto aparecerían ganadores en la región.

El teléfono de Purísima Concepción, se convirtió en el teléfono del pueblo. A cada momento, ella tenía que acudir abrir la puerta de su casa para prestarlo, fue tan incomodo que en su hogar se oía la aldaba repiquetear cada diez minutos y no le permitían comer con tranquilidad. La cosa negra y pesada que habitaba en la sala se volvió en martirio, no quedaba de otra que tomar asiento y marcar con circunspección escuchando al disco hacer un ruuuuash taka taka taka, después de doblarse los dedos con cada número y si había una llamada importante, todos debían callarse, especialmente los mellizos. La gente descifró el rostro de incomodidad que la mujer expresaba y sin que ninguno se pusiera de acuerdo, optaron por entregarle dinero cuando hacían o recibían una llamada, dinero que ella depositaba en un marranito de barro, animal que engordaba cada día con paciencia y monedas, y que extrañamente aumentó de tamaño como también aumentaban sus clientes.

Ella, entre sus oficios hogareños, lo oía todo y lo contaba todo; conocía la vida del pueblo; a veces, cuando alguien olvidaba algo, podía recurrir a Purísima Concepción y esta dama los sacaba del apuro, otras veces era ella la que preguntaba cómo estaba la familia, si se había mejorado la señora, si se habían muerto las gallinas que estaban enfermas, etc., y otras veces, lo dialogaba todo entre bordado y bordado, pero dejó de hacerlo cuando por error, contó a una de sus amigas, que había oído el gran interés que sentía su vecina por el esposo de otra. Esto le produjo serios enfrentamientos en la calle con la mujer de nombre Inés, quien la insultaba fuertemente, con alaridos tales como “!Chismosa paupérrima! o “¡Vieja frígida¡” Muchas veces Purísima Concepción no decía ni mu, hasta que un día, recibió una llamada para Inés. Purísima como siempre desde la puerta gritaba tan alto como podía el nombre de quien llamaban. Esto se había convertido en una costumbre el oír la voz de la mujer en las calles a cada momento llamando a alguien, porque gritaba tanto, que su rostro se tornaba rojo y con sus formas regordetas y rosadas, evocaba la figura de esos lechoncitos que algunas veces se compraban en la plaza de mercado. Pero esta vez no dijo Inés sino Res. Como la mujer vivía algo lejos entendió que era Inés, ella muy sonrojada entró a la casa a contestar, nunca más volvió a gritarle, como tampoco supo que le decían así.

Purísima Concepción, por primera vez experimentaba un sentido de pertenencia hacia algo, exclusivo, intransferible, único, algo que nadie más tenía en todo el pueblo, era sólo de ella, algo sobre lo cual era soberana y esto la había convertido en famosa y le había hecho ganar de alguna forma el respeto, porque siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas al igual que el tener amistades, ya que son el ingrediente más importante en la receta de la vida.

Al pasar dos años, Florencio, obtuvo su propio teléfono, y más adelante los ricos del pueblo, así que ya no era tan popular ir a la casa de Purísima Concepción, ahora todos se dirigirían donde el telegrafista a utilizar el gran invento que permitió que las palabras siguieran dejando huella en el tiempo, porque las palabras son como monedas, como una vale por muchas, como muchas no valen por una.

Texto agregado el 09-08-2020, y leído por 123 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-08-2020 Es un cuento, que para mi país, no pinta algo lejano. Y hoy se podría crear mucho humor con lo que pasó con el aparato televisor. y, repito, no hablo de una lejanía enorme en el tiempo. Te felicito. peco
10-08-2020 Grata la lectura..una historia como las de antes...¡¡MUY BUENO!! Shalom amigazo Abunayelma
10-08-2020 Increíble tu relato, me resulto verídico, como si se tratase de una historia narrada en algún pueblo por alguien muy, muy mayor. Sabes? Han hecho experimentos con jóvenes a los que les ponen un teléfono de disco y no saben cómo hacerlo funcionar jajaa. Me hiciste recordar ese detalle. Un abrazo, sheisan
09-08-2020 Es un cuento entretenido que disfruté leyendo. Saludos cordiales. Mnemosine
 
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