Cierto día un hombre descubrió que en su interior no habitaba un solo yo, sino muchos yos, yos individuales que convivían y reclamaban su lugar para ser el primero, el mejor, el único yo. Se asustó con toda razón al analizar lo anterior, porque en ese momento se comprendió múltiple, ya que cada yo individual era un yo de él. Parecía locura afirmar lo anterior, pero no lo era; en su interior habitaban yos perfectamente discernibles, con intereses y habilidades diferentes, los cuales se habían desarrollado más o menos de acuerdo a las circunstancias, a las experiencias vividas por aquel hombre.
Desde muy pequeño estudió música y tocaba la guitarra con gran habilidad; por eso, su yo musical era uno de los más desarrollados. Como también le gustaba la mecánica, su yo mecánico igualmente había crecido enormidades, le disputaba mano a mano al yo musical, el primer lugar. Otros yos más humildes, tímidos, sin demasiada personalidad, intentaban brillar por ahí, en particular el yo escritor; como éste se menospreciaba, no había crecido mucho, pero era de los que tenían potencial.
El hombre ya no sabía qué hacer; a diario se le presentaba una lucha interna feroz entre todos sus yos, que lo agotaba, que lo dejaba sin fuerzas; por fin descubrió o intuyó que su yo más preciado, con el que se llevaba mejor, era uno muy pequeño al que tenía bastante descuidado. Algo tendría que idear para dejarlo salir a flote, que no se muriera entre los demás.
El hombre múltiple decidió a favor del más desamparado, dejó de tocar la guitarra, interesarse en la música, en la mecánica y en todos sus secretos. Dejó de escribir. Así con todos sus otros yos: dejó de leer, de memorizar poemas, de tener amigos, de estudiar matemáticas, de creer en Dios. Todo lo cambió por hacer crecer a su yo verdadero. Con lo que aquel hombre no contaba, es que el que había elegido para ser su yo verdadero, sólo se interesaba en sí mismo; es decir, no tenía interés ni quería esforzarse por ser en verdad un mejor yo, el mejor yo. La situación se convirtió en un callejón sin salida, que no conducía a ningún lado, un tobogán sin fondo, un círculo vicioso y vacío. Con tanta lucha interna aquel pobre hombre, terminó vacío como la cáscara de una nuez. Un día, de tanto vacío, se fue agostando poco a poco hasta convertirse de un hombre múltiple, precisamente, en nada.
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