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Las estrellas brillaban esplendorosas en la cálida noche, ningún sonido era extraño o diferente, hasta que una rara brisa con olor a calidez se coló en la ventana de Joel y una ráfaga de viento tibio corrió por todas las calles. La vieja empleada de la casa llamada Alicia, con su bata y gorro de dormir, se levantó abrir la puerta, se trataba de un hombre joven y corpulento junto a una mujer. Joel al ver a su hermano quien se había marchado hacia mucho tiempo, corrió a abrazarlo.

La joven llamada Berta, con una voz dulce profirió: -Un gran placer el saludaros. Joel la observó detenidamente, le sonrió y ella se sintió más relajada. Era rubia, de ojos verdes, cabello largo encrespado, usaba un pequeño sombrero azul con un velo de tul, colgaba de sus hombros una mantilla a medio poner y una carterita negra de charol, se abanicaba constantemente con mucha gracia y feminidad. Después de tomar una taza de café, Román empezó a relatar las experiencias de su viaje:

Como buhonero, había conocido muchos sitios del mundo, un día pasaba por el Palacio Real de los Borbón, cuando vio salir de la Catedral de La Almudena, una hermosa mujer con su familia, él se había enamorado de ella con solo verla y se dispuso a seguirla, se dio cuenta que era una de las hijas de un Marqués y con el tiempo, consiguió ser el jardinero de aquella morada. La joven, terminó enamorándose de Román, su padre se opuso, amenazó con desheredarla y la encerró en su habitación, así que Román con ayuda de una amiga gitana que cantaba a gritos y tocaba las castañuelas, idearon un plan que consistía en distraer. Todos salieron a mirar el escándalo de aquella mujer frente a la casa y la pareja como bandidos, corrían por los tejados a toda prisa. Román gritó a un cochero que lo esperara, y con rapidez pasaron por la Puerta de Alcalá, tomaron el tranvía, cruzaron el mar y luego de muchas horas de viaje se encontraban en el pueblo para iniciar sus nuevas vidas.

Tiempo después, la casa de Joel, fue adaptada como tienda donde se vendía sombreros, ropa, telas, botones, y muchas más novedades. El nuevo lugar sin pensarlo ni proponérselo terminó por ser conocido como la tienda de la Marquesa, gracias a la difusión de la historia de Román por parte de Alicia. La gente disfrutaba ser atendida por Berta a quien todos llamaban La Marquesa, su prometido no sabía el porqué de tanta solicitud, pero ella respondió: -Buenas palabras y buenos modales, todas las puertas abren. Era una mujer sociable, agradable, atractiva, sus modales eran seductores y su educación exquisita.

En los primeros días de su estancia en el pueblo, el calor era tan sofocante que para refrescarse durante el caluroso verano, ella abría su abanico de evocaciones y se sintió muy afligida, cuando llegó Román observó que con aquel instrumento cerrado se golpeaba la zona del corazón y conociendo el idioma de los abanicos lo tradujo como ¡Te amo, y sufro!. Un día él se marchó del pueblo, y nadie supo a ciencia cierta dónde había ido, al tiempo volvió con muchas cajas que contenían abanicos españoles, tantos que llenó la casa con ellos y decoró toda una calle. La gente los compraba no solo para aliviar el calor del día con resignación, sino como un adorno y esto hizo sentir a la Marquesa como en su patria.

Como los soplillos eran verdaderas obras de arte, la alcaldesa declaró un día especial para un festival donde hombres y mujeres vestidos con trajes de flamenco, participaban en un concurso de abanicos.

Texto agregado el 08-08-2020, y leído por 87 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-08-2020 Excelente cuento, colega de estas paginas y de profesión. Mis saludos *5 pastorga
 
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