Bajé del tren en Bruxelles Midi a las 11.07 de la mañana. Mi cita con el maestro no comenzaba sino hasta a las 11.30 y debía caminar solo algunas calles hasta la casa de la rue Ernest Blérot. Estaba cansado de oír repetidamente su frase "temprano es en horario, en horario es tarde, tarde es inaceptable" y él, seguramente, estaba cansado de mi oh-tan-argentina imposibilidad de organizarme para llegar a tiempo, es decir, temprano, y no sobre la hora, con la lengua afuera, hiperventilando disculpas en español y francés, y apelando con excusas probables y no tanto a su piedad y entendimiento. No era la primera vez que había salido de casa con tiempo suficiente, pero siempre por hache o por be algo entre Bruxelles Midi y la casa de la rue Ernest Blérot me llamaba la atención y acababa perdiendo la noción del tiempo. Mi curiosidad por casi todo ha sido durante toda mi vida la razón para dejar cosas a medias o comenzarlas tarde. Entre el colegio y la casa de mi abuela materna en Villa Urquiza había 6 calles, pero una gata preñada y luego sus crías, una casa abandonada de cuya chimenea salía humo todos los martes, una señora sorda que siempre intentaba comunicarse conmigo, un juego de payana o una rayuela de tiza eran situaciones más que tentadoras para que demorara más de una hora en caminar seis calles y, por consiguiente, me regañaran constantemente y comiera todo siempre frío.
Sin importar cuántas veces le explicara al maestro el tema de mi distracción involuntaria ante tanto estímulo, él me contestaba con dos palabras en flamenco: "Een ogenblik". Nunca supe bien a qué se refería. Nuestros encuentros se sucedían siempre en francés, aunque el maestro había nacido en Uruguay y yo era un rioplatense más perdido en Europa. En su momento había consultado el traductor automático en mi teléfono, y me decía que een ogenblik significaba "un momento". Eso para mí no tenía sentido en el contexto de mi falta de puntualidad. Quizás era una gracia lingüística suya o producto de su vetustez. Con el maestro estudiábamos filología románica y así y todo, según él, yo era incapaz de lograr la exégesis de mi propio nombre propio. Por su falta de fe en mí es que quizás accedió a explicarme el significado de een ogenblik si yo llegaba a nuestro encuentro, al menos una vez, antes de la hora.
Ese día caminé directamente hacia la casa de la rue Ernest Blérot, no tanto por una necesidad imperiosa de demostrarle al maestro que era capaz de no entretenerme por el camino sino más bien por la urgencia de conocer el significado de esas dos palabras que me repetía cada vez que tocaba a su puerta, sin aliento, al menos diez minutos pasados de la hora.
Me había propuesto combatir la tentación de detenerme a curiosear y, para ello, puse mis manos en mi rostro emulando las anteorejas que los gauchos ponen a los caballos para que solo vean el camino ante ellos. Apuré el paso no para ganar velocidad en mi andar sino para no arriesgar a que mis ojos se fijaran en algo novedoso o intrigante, alguna señora muda, una chimenea humeante o una rayuela de tiza. El trayecto fue corto pero ajetreado y, aunque temprano, llegué otra vez jadeando y sintiendo que debía nuevamente comenzar mi oratoria con un pedido de disculpas. Toqué la campana de la puerta a las 11.28, intentando recuperar el aliento. Me llamó la atención que fuera Freya, la enfermera flamenca del maestro, la que viniera a recibirme. "Hij zit op de bank" me dijo, tomándome de la mano y llevándome al salón donde estaba el maestro, sentado el sofá. "Ik denk dat hij op jou aan het wachten is". El maestro sonrió ante mi evidente incomodidad por no entender una palabra del neerlandés con el que Freya intentaba comunicarse conmigo y la no tan evidente incomodidad de que me tuviese aún tomado de la mano. El reloj daba las 11.29 y, dejando de lado el obligado francés con el maestro, le dije con un aire victorioso: He ganado la apuesta, he llegado temprano. El maestro cerró los ojos rápidamente. Parecía en paz. Freya comenzó a llorar calladamente y sin soltar mi mano. Een ogenblik, dijo entre lágrimas. Sigo sin mi premio, mi explicación, ante mi victoria. Quizás Freya pueda explicarme estas y otras cosas cuando la vea el martes próximo, a las 11.30, en el departamento del octavo piso de la rue Ernest Blérot. |