¡Vedla! ¡Ataviada con sus mejores ropas para la ocasión! Todos los presentes se levantan de sus asientos para hacer una pequeña pero solemne reverencia con su cabeza mientras ella es conducida hacia el centro de la capilla, donde su amado y un sacerdote la esperan.

Su amado está paralizado. La belleza que irradia su amada con ese despampanante vestido rojo que delinea su figura y destaca sus atributos lo ha dejado atónito.

-Te ves preciosa -le susurra al oído. Los asistentes proceden a tomar sus respectivos asientos y el sacerdote comienza a decir sus líneas. Él no puede apartar la vista de su amada.

Al terminar sus líneas el sacerdote se dirigió al amado, quien trató de articular algunas palabras con sus labios, mas no pudo. Algunas lágrimas asomaron por sus ojos, pero las limpió rápidamente con sus dedos.

-No -dijo moviendo la cabeza negativamente-, no debo llorar. Acto seguido se acercó al rostro de su amada.

-Te amo -dijo mientras besaba la pálida y fría frente de su amada. Hecho esto se alejó unos metros y el sacerdote les hizo una señal a los presentes para que se acercaran y contemplaran a la amada por última vez.

Finalmente, después de que el último de los presentes la viera, el ataúd fue cerrado por el sacerdote para que fuera llevado al auto que esperaba afuera de la capilla, desde donde daría inicio el cortejo fúnebre que culminaría con el entierro de la amada en el cementerio.