(A mi madre, siete años de ausencia)
Hay en el adiós un algo de bienvenida,
es una pausa, un instante de tranquilidad
que nos preanuncia la otra llegada,
ese silencio, esa mirada fija, ese sentir,
el dolor que va ganando fuerza, que crece.
Pero yo quiero quedarme inerte, como dormido,
en ese momento de calma, de incredulidad,
antes de la creciente tensión que ha de venir,
antes de que inevitable llegue a la capital del dolor,
dónde vive el morir de no morir, mi luto.
Debería seguir por la senda del sentido,
entre los recuerdos, olvidos y carencias,
capítulos incompletos y páginas blancas
que debo escribir desde la cuerda floja,
aun a sabiendas de que ya no estás más.
Pero yo prefiero esa vacilación, esa paz
que me dan esas mis lágrimas estancadas
que se niegan a eclosionar, a anunciarla,
sueño de un estanque sereno, impávido
que declara la nulidad del tiempo futuro.
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