La cárcel de Bela fue construída hace muchos años y es una verdadera fortaleza, con sólidos torreones de vigilancia en sus cuatro costados. Vista desde lejos se asemeja a esas resguardadas ciudades del medioevo, con un sólido portalón que no fue diseñado para resguardarse de las acometidas de los invasores sino para evitar que una hipotética fuga de los convictos. En el pabellón de los condenados, decenas de guardias se turnan en la vigilancia de estos peligrosos individuos, que ven pasar los días, los meses y los años como una constelación que rota ya ajena a sus expectativas. En una celda separada del resto, casi en un recodo inamistoso en donde la penumbra pareciera quejarse, se encuentran los dos hombres, ceñudos y silenciosos. Para los guardias estos personajes se han transformado en un espectáculo digno de ver, contemplándose desde que nace el día hasta que la penumbra es reemplazada por las luminarias, estudiándose, cual si ambos tuviesen la misión de conocerse hasta en sus más mínimos detalles, quedos, silenciosos, expectantes.
-Si cobrara por mostrarle a la gente a este par de energúmenos, me haría rico. ¡Que parejita por Dios!
-A mí, esa tensión me pone los pelos de punta. No sé, es como si en esa celda se guardasen explosivos y el que está a cargo fuese un fumador empedernido.
-¡Qué imaginación que tienes! Si este parcito se las trae y como ya te lo dije, ambos se temen, tienen muy claro que cualquier descuido les será fatal. ¡Pero se odian! ¡Si es cosa de mirarles esa expresión en que parecen ansiosos de desentrañar la raíz o el germen donde se incuba lo maldito del otro.
-Y tú aprendes psicología a expensas de esos infelices. ¡Vaya cosa!
Y cae otra noche, en la soledad casi melancólica de los pasillos. Los guardias realizan sus consabidas rondas y otros vigilan las cámaras en una sala estrecha, mientras sorben un café y se cuentan sus cuitas con el compañero de turno. A medianoche todo es calma y sólo sordos rezongos, ronquidos y voces aisladas parecieran trasladarse de puntillas por los pasillos.
Los dos hombres están tendidos en sus camastros, pero aun así, el acerado brillo de sus ojos los delata muy despiertos y retribuyéndose las miradas. Diríase que han creado una forma de comunicarse: inclinaciones imperceptibles del cuello, señales de asentimiento o desacuerdo, gestos tan ínfimos que cualquiera que los estuviese observando no los delataría. Pero en la penumbra vaga, se está estableciendo una acción que ni las cámaras ni el ojo humano descubriría.
Esa madrugada, los gritos de los guardias alteran el silencio matutino y despiertan a los reclusos.
-¡Jefe! ¡Jefe! ¡Alerta en la celda 120!
Todos apresuran el tranco y se dirigen a la celda del recodo. Allí hay dos hombres tendidos en el suelo, inertes, con sus ojos en blanco. El médico de la cárcel corre batiendo su delantal por el largo pasillo mientras los reos curiosean a través de los barrotes preguntándose entre ellos que diablos sucede.
Después de una acuciosa revisión, el doctor sólo expresa con una voz ronca, queda pero certera:
-Están muertos.
No se puede establecer el motivo del deceso, no hay señales de violencia, pero ambos están tumbados en el frío piso de la celda.
Ha llegado una ambulancia que recogerá los cadáveres para que una rigurosa autopsia determine la causa de sus muertes.
Meses después, la celda ha sido ocupada por otros convictos, hombres que pagan con desmedro sus culpas, sentenciados a penas, por lo general, proporcionales a sus delitos. Ellos farfullan, ríen con destemplado entusiasmo, bromean y en las tardes, la melancolía les borra sus sonrisas y algunos lagrimean hasta que un cigarrillo furtivo los reconforta.
-¿Puede un ser humano común realizar lo que esos dos hicieron?
-Respóndetelo tú mismo. Eres el psicólogo.
-Esas miradas fijas, que yo sólo las reconozco en las bestias, esa pétrea inmovilidad de sus musculaturas, ¿Sería sólo un simple ejercicio físico que se acendraba con el tiempo? ¿Sería eso?
-Imagínate tú el rostro de los que conducían la ambulancia al ver como los cadáveres regresaban a la vida, los ahorcaban con sus manazas pétreas y después huían para no ser habidos hasta el día de hoy.
-Un frío de muerte me recorre la espalda. ¿Alguna vez la sangre corrió por sus venas? ¿Estaban vivos en realidad o sólo eran dos espectros que jugaron con nosotros?
Los hombres continúan elucubrando vanas teorías mientras otras dos sombras, hermanadas en la maldad, comienzan a urdir los más atroces crímenes.
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