Tic tac, tic tac, tic tac... latir desacompasado de mi viejo corazón; titilar de lejanas, remotas estrellas; música acompasada de rock que toca las fibras más íntimas y hace brotar de mis ojos dos lágrimas; viejo bolero que recuerda la juventud dorada, así como los labios dulces de una niña de dieciséis años.
Tic... mis ojos brincan alocados, sin control, perversos, deseando la carne tibia de una mujer desnuda en la habitación desangelada de un hotel.
Tac... tacos de cabeza, ojo, buche, nana, nenepil; suadero, pastor, longaniza. Me trago trece. Cruzo los dedos para librarme de cualquier mal.
Tic... tu cuerpo a la espera de ese movimiento rítmico que habrá de llevarte a conocer placeres insospechados, que terminarán en un tac de quejidos lúbricos completando el ciclo armónico del deseo.
Tac... instrumento de vida repetitiva que avanza lentamente, segundo a segundo; que va marcando cómo la vida pasa, cómo se desgasta inútilmente en cosas banales y hechos fútiles, cotidianos.
Reloj, artefacto maldito, que vas contándome el tiempo de una vida insatisfecha, que seguramente terminará en una fosa maloliente y fría.
Artilugio mecánico o digital, como quieras disfrazarte, ¿cómo te atreves a coartar cada paso y acto de mi libre albedrío, de mi libertad esclavizada al yugo de los condicionamientos sociales?
Monstruo del tiempo, tu tic tac enloquece mis sentidos, lacera mi pensamiento como un ariete que golpea, golpea, golpea, hasta convertir en una masa informe todo lo que se opone a su paso. Mi corazón (de melón, melón, melón, corazón), sufre como condenado al fuego eterno, al escuchar tu tic tac monótono, martilleante, que me escupe sin palabras lo vivido, lo que se añora y ya no puede ser porque ya pasó.
Reloj infernal, infinito medidor del tiempo, púdrete por recordarme en el tic tac de cada uno de los latidos de tu corazón de máquina, que el mío, algún día (como el de todos), habrá de detenerse.
|