Escuchar tras la puerta los pasos acelerados de los niños jugando de un lado a otro; el abrir y cerrar de la puerta que protege la nevera de este par de individuos que cada mañana asedian, cual jauría, cualquier alimento que repose sobre los compartimientos interiores de esta. El bip de la alarma; intermitente, indeseable, estresante. Lindo día, linda mañana; el sol ilumina mi rostro a través del cristal claro que dibuja el marco de la ventana de madera. Esa madera pintada con el azul irreconocible que solamente a las mujeres les gusta, y bañado con ese barniz barato que uno se encuentra en la ferretería de la vuelta.
La televisión encendida con volumen al 23, número impar, ¡Cómo me molesta el número impar en la barra que indica el volumen! A los niños no les importa, solamente la encienden tras levantarse para no sentirse solos en casa, esperando que finalmente salga uno de nosotros por la puerta. El sonido agudo del collar que sostiene Yeko, una campanita diminuta que genera el mismo sonido que la de una iglesia, pero rondando por los pasillos de la casa.
Abro con lentitud los ojos, para no enceguecer con el brillo que rebota sobre el cristal. No tengo cobija; después de seis años ya debería haber ideado la manera de que ella no me la robe durante el sueño. Pero no, me acostumbré a tener frío a la madrugada y recoger las piernas hacia el cuerpo mientras me cubro solamente con la almohada; el ropero es muy lejos, a las tres de la mañana se te hacen como 20km de trote en subida para poder sacar otro abrigo. Apago el despertador, pongo los pies sobre el suelo porcelanado con diseño de huellas de niños por todo lado. Sí, nadie en sano juicio haría eso; solamente cuando ya te invaden estas criaturas (accidentalmente o no) y no te queda de otra que verlos sonreír con tu cara de agotamiento diario. Por suerte es domingo, cero computadoras, cero clientes, el día perfecto para disfrutar y descansar. No hay remedio, el perro ya siente tus pasos y empieza a jugar de un lado a otro tras rasguñar la puerta… esa puerta que a los 50cm de altura está grabada con unas obras de arte contemporáneo que solamente entienden los chicos y su madre. Miguel Angel se mordería los codos. Abro la ventana y entra levemente el viento de la mañana, acompañado no de los cantares de las aves, sino de la música que tartamudean los del garaje frente a nosotros. ¡Cómo no compramos al sur, Dios!
Lavar rostro, lavar dientes, todo lo común. Las cosas son tranquilas hasta el momento que abro lentamente la puerta que comunica la habitación con el hall principal. Increíblemente se torna como en Jumanji, una serie de desastres y fenómenos casi sobrenaturales que circundan mientras ella sigue inmersa en el quinto sueño, cobijada por el poder del dios del sueño, Balder, y posiblemente la ayuda de Hipnos. Me escabullo entre una serie de autos lujosos, pistas, balones, aviones, dinosaurios y super héroes que configuran una realidad compuesta por una amalgama interminable de cosas imposibles. Al final del pasillo está el más pequeño con un crayón en su mano izquierda, cual Da Vinci dibujando el hombre Vitrubio a su manera. Como es lógico, mientras me dirijo a extraer tal objeto de su mano, normalmente en la planta de mi pie se incrusta una o dos piezas de lego, al tiempo que el perro se cruza entre mis rodillas y no me deja lamentarme ni avanzar. Con dificultar logro mi propósito, pongo los crayones sobre la repisa más alta y de camino entro a la cocina con el fin de cerrar la puerta de la nevera. De paso me entero que el jugo del almuerzo está regado… No entiendo por qué se empeña en hacer jugo de más, no tenemos visitas inesperadas. Ya en el living reposa el cerebro creador de todo el caos que dibuja la realidad de esta casa a las siete de la mañana, con una caja de cereales medio regados en el sofá y una mirada de falsa sorpresa que no convence ni a Yeko. Por cierto, alimentar al perro, recoger el desorden en la cocina, lavar los platos de la cena, preparar desayuno, poner a lavar la ropa, abrir las ventanas, hacerlos que organicen esa ciudad que crearon. Enviarlos a bañar, hacer que desayunen, poner el volumen de la tv en un número par e ir a la sección de noticias. Revisar que no hayan dejado el baño mojado, extender las toallas, cerrar la puerta del baño. Abrir la puerta del garaje, hacer buen gesto a los vecinos, fijarse del correo; sacar el auto, sacar los juguetes para que los chicos ayuden. Entrar nuevamente, abrir el grifo que alimenta el agua de la manguera, apagar la lavadora, abrir la puerta de la habitación para que despierte sola, salir en sandalias, lavar el coche y tratar de seguir descansando durante el resto del día. |