Después de mucho tiempo, llegó Adelina Pantoja a visitar a su primo Patricio. Llevaba una redecilla en su cabello y un gorrito diminuto muy sencillo, ambos recorrieron todo el pueblo, tenían una personalidad alegre, extrovertida, siempre marcaban tendencias en la moda, alegraban todo a su paso; saludaban al que se cruzaba por su camino, ella de beso y él con su sombrero.
Patricio convidó a Adelina a comprar unos víveres a la tienda de Pantaleón, el hombre que, para todos, era el más amable del pueblo. Cuando entraron a la tienda, Adelina y el tendero fijaron sus ojos y guardaron un silencio sepulcral; desde el primer momento que ella llegó a la región, no había parado un minuto de hablar. Para Patricio era como si se hubiese apagado una radio, sin embargo, tanto silencio le preocupó porque su prima siempre había sido una habladora admirable, así que cuando terminó de pagar los alimentos, se decidió preguntarle por su mudez.
Ella recordó que, a la edad de once años, cuando un día iba a su escuela, observó un tumulto de gente en la calle, al acercarse vio a dos policías que llevaban a un joven hacia la prisión, Adelina Pantoja reconoció al sujeto, se trataba de Pantaleón Linares.
La madre de Adelina Pantoja había sido víctima del ladrón, al igual que muchos en aquel poblado. Habían sustraído de su patio cuatro gallinas, dejándole rota la cerca que rodeaba su propiedad y el corral donde se encontraban los animales. Algunos no habían denunciado el robo a la policía, porque sabían que sería en vano realizar esa gestión. “una pérdida de tiempo", sentenció la madre de Adelina, porque conocía la incapacidad que los agentes demostraban en la práctica para atrapar ladrones.
Los campesinos queriendo imponer justicia por sus propias manos, prepararon una trampa junto a un corral, cubriendo con hojas secas una soga, sólo fue cuestión de esperar. Al día siguiente, encontraron colgado de los pies como res en el matadero a Pantaleón, el mejor estudiante de la escuela, que se caracterizaba por su amabilidad y su buen vestir. Nadie lo podía creer.
Pantaleón confesó a las autoridades lo hurtado debido a sus propias necesidades que cubrir, fue algo por lo que se arrepintió y juró nunca más volver hacer, nadie quiso demandar tal vez por la conmoción del descubrimiento u otros porque consideraron que era algo de jóvenes, o como decía la madre de Adelina: “humano es de errar y divino el perdonar”.
Vecinos, amigos, familiares y en especial su hermano, lo miraban con repudio, pero por más que trató de convencerlos de su cambio y aun con la devolución del botín, terminaron por señalarlo como el ladrón de gallinas. Adelina Pantoja, lo vio una tarde partir de su pueblo, con su sombrero de ala ancha y su traje con tirantes con rumbo ignorado para nunca más volver.
El hombre que siempre admiró, y que la había decepcionado, ahora era un tendero reconocido por su amabilidad que vivía en aquella población, Adelina quería contar la historia de Pantaleón, pero recordó que en los pueblos pequeños nunca se olvida, y que hay cosas que es mejor no decirlas, así que siguió hablando de todo y de nada, de lo bueno de las personas, de amores idos y de sueños extendidos. |