Ella lava la ropa como si sumergiera su cuerpo menudo en la inmensidad del mar.
Y sueña.
Esa mujer pequeña, con su larga cabellera, prolija y canosa como su esperanza, con su boca que aún denota la avidez de otros tiempos y un suspiro que se escapa por el hueco de algún diente que perdió con la ilusión de su juventud lejana ya, tan lejana como el mar, como el amor... lava la ropa y todavía, sueña...
Ella, tan simple, tan llena de silencios, con el alma desbordando por sus ojos pequeños y encendidos, hoy, viernes, en vísperas de un domingo especial, (especialmente comercial y mentiroso), quisiera anclar sus frustraciones en un puerto, en cualquier puerto donde pueda, luego, abandonarse en los brazos eternos y marinos de la vida.
Pero lava la ropa, es viernes y está sola y sus manos abarcan el oleaje de todos los mares en el balde de plástico.
Murmura una poesía azul.
El sol de la siesta anima sus sentidos y entonces levanta la voz.
Grita.
Y los versos, pequeñitos como su mundo, se vuelven gigantes, un océano.
La magia de los versos convierte al jabón en blanca espuma de mar, la vieja tabla de lavar es la barca donde navegan sus fantasías y un marinero enamorado la invita a la aventura desde los broches destartalados con los que pacientemente cuelga, con la ropa, su rabia y su esperanza.
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