El sábado, día de pago, acostumbro ir a mi terapia mental a la aristocrática cantina “La suerte loca”. Encontré sentado, casi escondido, en una mesa solitaria a mi amigo “el barbas” degustando un fino tequila. Me dio gusto verlo, ya que se me está haciendo ojo de hormiga para no pagarme una “lana” que me debía.
—Quibo güey, ¡Qué onda! ¿No te hagas pendejo?, caite cadáver con lo que me debes.
Sorpresa que me llevé, el buen barbas que saca un rollo de billetes y peso sobre peso me pagó la enorme feria que le había prestado hacía tiempo.
— ¿Y ‘hora, de donde sacaste tanto dinero?
— De un trabajito: un señor fifí me contrató para darle chicharrón a un cabrón, que se andaba chingando a su vieja.
— ¿A caray! ¿Y cómo lo hiciste?
— Pura suerte. El interfecto tenía su oficina en el piso 15 de ese nuevo edifico tan grandote que construyeron. Estuve varios días camelándolo, para que me tuviera confianza. El día D, en la terraza que tiene una reja no muy alta, me asomé y este señor al verme le entró curiosidad y me pregunto “¿Qué ves?”, “una morrita de muy buen ver”, le contesté y al baboso por morboso que se asoma. Le di un pequeño empujón y a chingar a su madre, espero que se vaya al cielo para que la encuentre, aunque, con la vida que llevaba lo más seguro es que sea inquilino de Belcebú.
— ¿Y qué vas a hacer con tanto dinero?
— Me entró remordimiento y me fui a confesar con el padre Coruco. Este cuate me dijo que empleara el dinero en una causa noble, que lo dejaba a mi criterio.
— ¿Y cuál es la causa noble?
— Gastármelo en tragos y viejas.
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