Yo te recuerdo.
Sí, irónica y perversa condición la de convivir con tu recuerdo justo cuando vos, ya ni podías ni podrás; cuando no sirve.
Desde que era una cría yo deseaba una especie de paz y eso era adulto, después pueril y a la vejez sigo con eso entre costilla y costilla como cualquier otra aberración.
Pues así es la realidad. Nada de paz. Para ninguna.
No me recordaba ya, o sí, como me vio algún día; pequeña, dorada y tibia, como los gatos que le gustaban más que yo; fácil de leer como un librito de bolsillo.
"-Lo que tiene de lindo es que no es rencorosa", decía de mí, la que sabía, mejor que mis heridas, que ni sería para siempre, ni ella misma era tampoco así de buena. Si hay un pozo sin fondo este no ha de buscarse en la capacidad de perdonar.
Así de mala y linda pero también egoísta, horrorosa, cruel y chistosa fue la vida. Todo menos justa. Nada más lejos de lo ideal. Hasta el último momento poco y nada normal.
Lejos siempre, a un paso o a kilómetros. Malditas las distancias, tan pesada su substancia hecha de nada.
Quise que fuera mejor, nunca dejé de necesitarlo.
A fuego marcadas las traiciones. Arena yerma donde cultivé la ilusión de renacer los ritos de otros días, como por descubrir si en nacer había sentido.
No da lo mismo el vacío, su mirada indiferente y perdida, la ráfaga de miedo, la chispa fugaz de odio, porque supe su pena. Cantando sola, porque eso tapa el aullar de la confusión y la desdicha.
Todo en un puño se mezcla y no dejará de presionar. Retuerce, rompe, duele.
Pero jamás voy a olvidar esas pequeñas, suaves manos y su risa.
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