Todos llevamos una gorda en la memoria, yo llevo la mía en mis recuerdos. Ni de broma llegué a decirle que se pusiera flaca. Me gustaba verla bien rellenita de carne y barrigoncita, me producía mucha gracia verla y la quería como si fuera flaca. Para mí era Reina, princesa y doncella. No tenía ningún reparo en tomarla de la mano cuando íbamos por la calle y, eso que yo era flaco. A mí me daba la impresión que la gente murmuraba, que la gente se burlaba, la gente se reía, pero no me importaba un bledo. No dejaría de querer a mi gorda porque sí, porque ajá porque a la gente le diera risa.
Mi gorda era una gorda con mucha gracia, con mucho estilo, no solo vestía muy bien, sino que se maquillaba. Siempre llevaba una rosa en el cabello, eso la hacía ver más hermosa aún. Nunca aspiraba a hacerse famosa, simplemente era feliz y era lo que importaba. Para qué tanta fama, para qué tanto dinero, yo tengo lo suficiente para vivir sin hambre y con muchos libros. Lo demás son cosas circunstanciales, eso solía decir. No le gustaba la prensa, no quería mojar páginas y páginas como lo hacen las grandes celebridades.
Un día fuimos a una exposición del pintor Fernando Botero, quien al verla le sonrió. Desde el primer instante no dejo de mirarla, de frente, de reojo, de cualquier manera se las ingeniaba para desnudarla con la mirada y, eso que debería atender a la prensa. Yo hasta celoso me estaba poniendo, pues Botero no dejaba de mirarla, sin lugar a dudas era una gorda con mucha gracia, de lo contrario Botero no la miraría tanto, eso me levantó el ego, pues me dije a mi mismo " si el pintor la mira, algo debe ver el pintor en mi gorda.
Salimos de la exposición, no sin antes pedirle un autógrafo al pintor, quien se sintió feliz que la gorda le pidiera su autógrafo, al despedirse le dio un beso en la mejilla, me puse más celoso, pero no iba a dar un espectáculo en pleno museo, así que reprimí la rabia que me produjo.
Pasaron los días, las semanas, los meses y los años y mi gorda había cambiado mucho, se había vuelto arrogante, odiosa, exigente, ya no se contentaba con cualquier cosa, exigía más de lo debido, hasta me exigió que le costeara un tratamiento para adelgazar, quedé muy sorprendido, pues pensé que estaba loca, que no sabía lo que decía, ni lo que pensaba hacer, pero con todo y eso la lleve a un lugar de acondicionamiento físico y empezó el tratamiento. Dejó de comer lo que comía, dejo de vestir lo que vestía, se volvió dietética de un momento para otro. Quienes la veían se sorprendían al verla delgada y armoniosa, cuando antes era una bolita de grasa.
Fue tan riguroso el tratamiento y la dieta que enflaqueció de una manera tal que inspiraba lastima. Era tan solo un esqueleto forrado de piel, le dio anorexia y ahí sí que la cosa fue peor. Yo no sabía que hacer ya con ella. El maestro Botero iba a exponer en el museo de arte moderno la tertulia de Cali y como vivíamos en Cali, aprovechamos para ir. La exposición arrancó puntual. El presentador fue prolijo en la presentación del artista, quien no dejaba de mirar a mi flaca, es como si después de gustarle gorda, ahora le gustara flaca.
Había un cuadro que estaba tapado con una tela roja, era un cuadro como de un metro sesenta y ocho centímetros. Cuando destaparon el cuadro casi me desmayo pues Botero había pintado a mi gorda cuando era gorda y con la gorda había viajado por todo el mundo. Mi gorda lo hizo famoso. Desde ese día mi flaca lloró, lloró, lloro y lloró, pues solo entonces comprendió todo el valor y la hermosura de una gorda y falleció en brazos del pintor, a mí me dieron celos de Botero aun sabiendo que mi flaca ya estaba muerta.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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