La asamblea de todos los habitantes de la selva fue concertada para el día del comienzo del invierno, cuando todo cambia de color, pues el sol entra en su período de reposo.
Los pequeños monos Tamarín serían, como ya era costumbre por su rapidez y agilidad, los emisarios encargados de repartir las invitaciones. La consigna era clara y concisa: ¡Todos deberían concurrir! El tema a tratar era crucial, y por lo tanto no se permitirían excepciones.
La noticia llegó a todos los rincones, no hubo quién no recibiera la misiva. Nadie dudó de la gravedad del momento, sus vidas estaban en juego.
Y el día llegó. Ni los más ancianos recordaban una conglomeración semejante.
El silencio llenó el espacio… el viejo rey, y casi centenario león, ocupó el trono construido especialmente para acogerlo.
Y así habló…
-Todos sabemos el motivo de esta reunión, el futuro peligra, la selva está en camino de desaparecer. Una vez más el hombre, nuestro peor enemigo, nos ha declarado una guerra abierta, una campaña definitiva, la tala de todos los árboles, o sea la destrucción de nuestra casa. Debemos organizarnos para contrarrestar el ataque declarado, que acelera el fin de nuestros días. Quiero escuchar ideas y propuestas…
Cada especie animal envió a un delegado, exceptuando a los monos Tamarín, que por haber sido los encargados de distribuir las misivas, se adjudicaron el derecho de acudir en manada.
Mientras reflexionaba sobre las palabras del orador, una serpiente mamba descendía con lentitud de un leñoso tronco, mostrando preocupación en su semblante. ¡Y no era para menos, los árboles constituían su principal morada!
Un chimpancé la observó de reojo, al tiempo que se acomodaba junto a su pariente lejano -un enorme gorila- como una manera de recordarle que no estaba solo ante un eventual ataque.
Un armadillo, poco acostumbrado a estar despierto a esas horas del día, se desperezaba e intentaba negociar con un oso hormiguero para que, una vez finalizada la reunión, éste compartiera su alimento con él. La comida para ellos escaseaba en esos momentos, ya que las hormigas y otros bichos se habían declarado en cuarentena por una extraña epidemia, contraída por un mosquito y diseminada vaya uno a saber cómo entre los demás insectos.
El guacamayo y el tucán se habían posado sobre una rama con visión preferencial hacia el trono del rey. El primero ostentaba su plumaje… y el segundo, su pico.
Y continuaron llegando más animales…
El leopardo y el tigre aparecieron juntos, acaparando las miradas de todos por la belleza de su pelaje y su seductor andar felino… y el león gruñó de celos. Los recién llegados dirigieron una sugestiva mirada a los inquietos monos Tamarín, para que dejaran de saltar de rama en rama, lo cual dificultaba la concentración del resto en el trascendental tema que se estaba tratando.
¡El suelo vibró cuando sintió el peso de los paquidermos! El elefante y el hipopótamo arribaron con paso lento pero firme, y todos se hicieron a un lado para abrirles el paso.
Y por último, y no por ello menos importante, fue la llegada del cocodrilo. Su apariencia era imponente como pocas; ningún integrante del reino animal podía dejar de sentirse intimidado ante la ferocidad de sus fauces.
Y de pronto una inmensa sombra que flameaba como bandera llamó la atención de la multitud allí agolpada, todos elevaron la vista… una inmensa pancarta apareció entre las copas de los árboles, sostenida por una pareja de jirafas: ¡¡¡SALVEMOS NUESTRA CASA!! rezaban las rojas palabras en aquél significativo llamado.
Inclusive una gran tortuga macho y su compañera, que llegaban tarde, como de costumbre, quedaron asombrados ante tal evento.
Algunos gritaban, otros vociferaban… el nerviosismo flotaba como una nube gris amenazadora, una verdadera batahola… y cuando todo parecía a punto de explotar, a semejanza de un activo volcán, un ensordecedor rugido silenció la selva… el avezado Rey levantó una de sus patas delanteras, en señal de tranquilidad, y expresó:
-Reitero la urgencia del momento, nuestra vida y la de nuestros descendientes está en juego, no podemos perder más tiempo, la hora de actuar ha llegado, ¿Todos están dispuestos a luchar?
Un ¡¡¡SI!!! rotundo se escuchó de boca de todos los presentes.
-Pues entonces ¡manos a la obra, el movimiento se demuestra andando!...
Ayudados por la noche, y por tratarse de especies conocedoras del terreno, el unificado ejército enfiló hacia el claro del bosque donde dormían las maquinarias aniquiladoras. La ira y el odio se unieron, logrando que la gruesa masa de animales hiciera estragos en poco tiempo… ¡allí no quedó nada!, como si un vendaval hubiera arrasado todo lo allí existente.
Y llegó la mañana siguiente…
El asombro quedó plasmado en los rostros de quienes arribaban al lugar para continuar con su tarea.
- ¡Esto es un desastre! ¿Qué pudo haber causado semejante destrozo? – exclamó uno de los hombres, al tiempo que tomaba fotografías de la zona devastada.
- Casi no hay rastros de las taladoras de árboles, sólo trozos de metal esparcidos por doquier – dijo otro de ellos, horrorizado ante el nefasto escenario.
- Observen las ruedas… ¡parecen carcomidas! - intervino otro de los hombres.
- Bueno, señores, no queda mucho por hacer aquí. Avisaré de inmediato sobre lo ocurrido a la empresa que nos contrató para que busquen una solución, el trabajo debe terminarse a como dé lugar – concluyó quien parecía ser el capataz
Y tras estas palabras emprendieron la retirada.
Desde algunos árboles pudieron escucharse risitas burlonas y fervorosos aplausos, eran los monos Tamarín celebrando el éxito logrado.
- Jaja… nuestro amigo hipopótamo hizo bien su trabajo. ¿Ya vieron cómo dejó estampada su panzota en ese montón de hierros? – comentó, feliz, uno de ellos
- Sí, pero no le quitemos mérito a la labor del elefante, que bailó un malambo arriba de la máquina más grande, y luego terminó de despedazar las partes con su trompa – dijo otro mono con entusiasmo
- ¿Y qué me dicen de los agujeros en el frente de una de esas cosas? ¡Nuestros picos los hicieron! – exclamó un guacamayo, que llegaba junto con un tucán
- Mis dientes quedaron estampados en esas enormes ruedas. ¿De eso no piensan decir nada? – dijo, enojado, un cocodrilo que surgió de entre los arbustos
- De acuerdo… todos colaboramos, nadie se sienta excluido – se disculpó uno de los monos.
El rey de la selva hizo su aparición en el lugar, minutos después de haber recibido un mensaje del mono Tamarín delegado, donde se le informaba que los depredadores acababan de retirarse sin haber podido hacer nada, pero que tenían decidido regresar para culminar con su trabajo.
- Mmm… he aquí sus pisadas (expresó mientras observaba el suelo y lo olfateaba), no eran muchos hombres, según veo… - comenzó diciendo el león.
- Eran cuatro – especificó un mono Tamarín
- Pero nosotros somos muchos más. Debemos estar preparados para su próxima aparición, de modo que no les queden ganas de volver por acá. ¡Ya mismo convoca a una nueva reunión! – ordenó el rey de la selva al delegado Tamarín
Los animales que en ese momento se encontraban allí estuvieron de acuerdo.
Y el monito partió raudamente a cumplir con la orden impartida.
Por su parte, el león se quedó un rato más observando todo a su alrededor, buscando inspiración para gestar un nuevo plan.
Mientras esto ocurría, allí en la ciudad la plana mayor de la empresa Maderera S.R.L. estaba reunida deliberando sobre cómo reaccionar frente a los acontecimientos acaecidos día atrás en el Proyecto A12. Se intercambiaron una serie de factibles soluciones, algunas un poco descabelladas, pero otras bastante prudentes; hasta que por fin se llegó a un común acuerdo. Se enviaría una nueva flota de maquinarias, pero esta vez acompañadas de un grupo de guardias armados, para que fuera posible hacer frente a cualquier eventualidad que se presentara en el terreno.
Por su parte, la selva era presa de una convulsión general. Nuevamente se habían congregado los animales acudiendo al llamado del Rey, y esta vez hubo asistencia completa, ¡La guerra era de vida o muerte!, así lo había anunciado el experimentado león jefe -enardecido y casi vociferando-, actitud muy rara en su forma de ser.
-Seré breve en mis palabras, pues no hay tiempo que perder, tenemos información de que un nuevo contingente de maquinarias destructoras viene en camino hacia nuestra casa, y esta vez estarán custodiadas por hombres provistos de armas de fuego, quienes harán lo imposible para impedir que sea interrumpido su maquiavélico trabajo. He confeccionado un detallado plan, con el fin de hacer frente a esta invasión. Todos serán agrupados en diferentes puestos, deberán cumplir lo especificado, ¡¡NO CABE LA POSIBILIDAD DE FALLAR!! Recibirán las órdenes y se ubicarán en los lugares indicados. ¡Todos para uno y uno para todos, a luchar…!
El rey de la selva tuvo en cuenta las habilidades de cada especie para elegir el modo en que llevarían a cabo su plan, haciéndolo más efectivo.
Los animales contaban con una ventaja, y era que la empresa maderera ignoraba qué o quiénes habían destrozado sus maquinarias; además sabrían con anticipación cuándo arribarían las nuevas, debido a las vibraciones que estas producirían en el suelo mientras se hallaban en camino.
Los monos Tamarín dieron la señal de alerta al resto de los animales, apenas fueron avisados por los elefantes, que percibieron el inconfundible temblor bajo sus patas. ¡El enemigo se aproximaba! Era preciso tomar posiciones para entrar en acción.
Además de los cuatro operarios encargados del manejo de las taladoras de árboles, se presentaron en el lugar otros cinco hombres portando armas de fuego.
De inmediato surgieron de entre los árboles varios tucanes y guacamayos, que se posaron sobre las cabezas de los sujetos armados y los atormentaron a puros picotazos.
Gracias al accionar de las aves los hombres dejaron caer sus fusiles, ya que sus manos se dirigieron en actitud defensiva hacia sus cabezas.
Los elefantes aprovecharon ese descuido y estiraron sus trompas para apoderarse de las armas, las que fueron arrojadas hacia donde se hallaban los hipopótamos, quienes procedieron a darles el tratamiento que merecían.
Entretanto, los monos Tamarin, junto con los chimpancés y los gorilas, se ocuparon de hostigar a los operarios, pegándoles cachetazos y empujándolos de un lado al otro, hasta que cayeron al suelo, aunque debieron incorporarse y echar a correr al toparse con dos cocodrilos que aparecieron de pronto.
Cuando los otros sujetos se recuperaron de los picotazos recibidos, se encontraron frente a dos tigres, tres leopardos y un león, que los estaban observando con cara de pocos amigos. Y al comprobar que sus armas se habían convertido en irreconocibles trozos de metal, acudieron a refugiarse dentro de las taladoras de árboles.
Fue entonces cuando varias serpientes mambas, procedentes de las ramas más cercanas, se arrojaron sobre los techos de las máquinas y asomaron de manera intimidante ante los ojos de sus ocupantes, quienes por poco mojaron sus pantalones.
Tras salir en forma rauda de allí, los cinco individuos fueron testigos de una sorprendente destrucción, llevada a cabo por animales allí presentes. De las taladoras de árboles no quedó casi nada.
Ante el rotundo fracaso de su misión, y avergonzados por haber sido derrotados por especies salvajes, operarios y encargados de seguridad se alejaron de allí para no regresar.
Tortugas, armadillos y osos hormigueros, que no habían tenido oportunidad de intervenir en la defensa del territorio, formaron una enorme ronda a modo de festejo, y en el centro de la misma había dos jirafas portando una pancarta que decía:
¡HEMOS TRIUNFADO! ¡NUESTRO HOGAR ESTÁ A SALVO!
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Autores
Laura Camus (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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