Vestido con ropa bordada en oro, el sacerdote se preparaba para la procesión, la joven sobrina y el monaguillo ambos con sendos cirios en la mano lo esperaban en la puerta del santuario. Una mujer entró al templo y se dirigió hacia el religioso. Margot a quien muchos conocían porque mantenía con un ojo color negro cual oso panda; acudía cada domingo a la iglesia para pedir consejo y ayuda al clérigo, y como era su costumbre, empezaba a contar la repetida historia de maltrato de su marido y al final del relato, las lágrimas le anegaban los ojos, y aún, con todos los buenos consejos que el religioso le proporcionaba como que escuchara su corazón, entablara diálogos, o se alejara de su esposo, ella volvía y creía en las promesas amorosas del abusador. El padre Eliseo esta vez no tenía tiempo para escuchar su necedad, sin embargo, Margot no desistió.
Los músicos iban tocando sus instrumentos y de vez en cuando el sacerdote paraba para cantar parte de la historia del milagro de la Virgen, con una voz fuerte y clara el coro contestaba, luego continuaba la procesión. Toda la gente iba detrás, rezando y portando flores. Entre la muchedumbre iba un hombre que cojeaba llevando en alto dos muletas, y contaba que la Inmaculada Concepción lo había curado. Caminaron durante una hora, y como una sombra, la mujer, le rogaba al sacerdote que fuera a su casa para hacer razonar a su marido. El padre se detuvo, y sin dejar de mover el incensario de plata exclamó: -El que bien está y mal escoge, por mal que le vaya no se enoje. Llamó a su sobrina y pidió que se encargara del asunto.
La joven entregó su cirio al monaguillo, la llevó lejos de la multitud, y conociendo el caso, le aseguró que consejos podía darle muchos, pero ella conocía la solución inmediata a todos sus males, solo que era algo no ortodoxo, además, que siendo sobrina del cura no podía permitir que hablasen mal de ella. Margot, sabía que la sobrina era considerada en el pueblo como casi una santa, y no queriendo causarle un problema se marchó, pero la joven al ver que se alejaba le dijo: -El miedo es el principio de la derrota y la madre del fracaso, si quieres te puedo ayudar, pero… tiene que quedar entre las dos, no debes mencionarme, ya que tu mano derecha no debe saber lo que hace tu izquierda.
La mujer aceptó y la joven cobró unas monedas por su favor, que según ella, era para darlo a los pobres, así que la santita cerró los ojos, levantó los brazos por un minuto, luego, conforme a una revelación de su ángel dijo: -Lo primero que debes de hacer es derrotar el temor, tener miedo es de prudentes, saber vencerlo es de valientes, si tu marido te castiga, recuerda que mientras esté vivo tendrá todas las noches que irse a descansar a la cama, pero como dice el refrán: -Del golpe del sartén, aunque no duela, tizna. La joven se marchó con las monedas y una sonrisa maliciosa. Margot se quedó reflexionando en las palabras proféticas de la santa.
La procesión finalmente llegó de nuevo a la capilla. Cuando la misa terminó, los parroquianos se dispusieron a irse a sus hogares, así que muchos se fueron por la calle principal. Una mujer gritó, al observar un hilo de sangre que salía por debajo de la puerta en una de las casas. Todos se alarmaron, se precipitaron a golpear la puerta, y Margot abrió.
Su esposo se encontraba tirado en la sala, con una mano sobre el hombro y otra sobre la cabeza soportando el dolor, ella recogiendo el sartén con el que le había ocasionado el golpe, se dirigió a la cocina para hacer la cena. Después de ese día, siempre se les vería tomados de la mano paseando por las calles del pueblo. |