¿Sabrá aquella hoja, medallón de vida nutrida por la savia, estremecida en las alturas por los dedos tenues de la brisa, sabrá ella que es parte de una sucesión replicada por las eras? ¿Sabrá que de esa rama, otras múltiples hojas completaron su misión y pronto un gris mustio se apoderó de sus nervaduras y obedeciendo a los implacables ciclos de la naturaleza se desprendieron de la rama, ingrávidas y transfiguradas en la palabra crujiente del otoño? ¿Se preguntará, mientras el viento crepita y la alborota si ella no es acaso la partícula infinita que despeina el árbol, la misma que conserva en su memoria verde el génesis y el origen de la vida, ramificada tras la ecuación precisa y el impulso primigenio?
¿Sabrá el hombre que si tal como las hojas, no es quizás el mismo individuo que se replica en las eras, existiendo ebrio de porvenires, pululando por los senderos diversos, tras sus afanes y deseos, en la búsqueda de respuestas a los que supone misterio?
¿Se preguntará el hombre si tras apagarse su aliento, será la oscuridad gentil que vela sus sueños o será la sombra perpetua que diluirá su nombre y su recuerdo? ¿O renacerá en un vientre aleatorio, sin memoria, reproduciéndose en el anonimato de las células, sin vestigios de un pasado y el clamor de otra sangre que surcará la ramificación intrincada de sus venas para brincar a otra luz y a otra era?
¿Se lo preguntará el hombre y acaso la hoja en sus nervaduras de carne y tallo, repitiendo aquellos simples ritos que en sus vientres guardan tal vez las respuestas o tan sólo un retruécano burlón y sin sentido?
|