La televisión transmitía en vivo el rescate de pequeños hermanos que huían desde sus viviendas en llamas ubicadas en un tercer piso.
Tras ellos, aparecían nuevos hermanos y luego muchos otros niños se arrojaban al vacío para caer en las manos de ciudadanos anónimos, de pronto visibilizados.
Mientras caían más niños, sus receptores debían ser reemplazados pues por prescripción médica una persona no podía estar presente en más de un rescate, dados los daños progresivos que generaban en cada uno de ellos el peso de los cuerpos.
Los niños se alejaban y no eran pocos los que volvían al cabo de un tiempo, pues o extrañaban el haber sido protagonistas de un suceso televisado o lo hacían por pura diversión.
No faltaban los que tras vivir una experiencia de terror verdadero retornaban para revivirlo, pero nunca era lo mismo.
Algunos caían haciendo cabriolas, lo que dificultaba su retención e incluso dañaron a más de un esforzado rescatista.
La televisión seguía cubriendo las caídas y generaciones de menores crecieron con la experiencia de haber sido rescatados y sus receptores vivieron con la impresión de haber sido heroicos ciudadanos. Buscaron la fama en otros ámbitos pero no la hallaron.
Texto agregado el 23-07-2020, y leído por 106
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Lectores Opinan
03-01-2021
Es poder de que da el protagonismo, engancha. ***** Antonela80