Don Luis y Don Rodrigo, un antiguo Capitán general de Centro América y un cirujano de la corte, siguen sus andanza por esos mundos coloniales. Ahora en Roma, en pleno Vaticano, conversan con el Papa...
ROMA
Emilio Bonaventura Altieri, a la sazón Papa bajo el nombre de Clemente X, descansaba plácidamente en su gigantesca cama en el ala norte de la sus habitaciones privadas. Había engullido una opípara comida de capón al vino tinto y una botellita de un sabroso vino de la rivera del Po, traída especialmente para él y escanciada por la Hermana Bettina. A sus ochenta y un años gustaba de la buena mesa, y tenía suficiente tiempo para descansar, ya que casi todas sus obligaciones las había descargado en su sobrino Cardenal Paluzzo Altieri, aunque nunca aceptaba las críticas que, en privado, se le hacían sobre su obvio nepotismo. Le habían llegado noticias desde España que la regente Mariana de Austria, a través del valido Valenzuela, el “duende del palacio”, le enviarían dos emisarios para charlar privadamente sobre el cabroncete de Luis XIV de Francia, que traía de cabeza tanto al Vaticano como a la Corona de los Austrias, mientras que el Rey Carlos II, el Hechizado, jugaba con las tetas de sus nodrizas, ya que no le daba la azotea para mejores cosas.
- Chiamata Cardenale Paluzzo, per favore. Dicagli che debba parlare delle cose molto importanti...- le dijo a la monja, mientras apuraba el fondo de vino de una copa de oro, y le daba la bendición con cierto desgano.
- ¡Presto Su Excelsa Eminencia Reverendísima! Contestó la hermana haciendo una reverencia y persignándose seguidamente.
A los pocos minutos apareció un regordete Cardenal, vestido de púrpura, con una cruz de oro de 24 k que le colgaba del cuello. Su paso era apresurado, como si siempre anduviese de prisa.
-Dicami, caro zio...insinuó mientras tomaba una botella de la mesa y se servía un copón.
- Esta noche van a llegar a Roma dos enviados por la Corona española. No sé qué se trae la Regente. Pero anda en problemas con el rey Luis, a quien yo llamo “El entrometido”ya que se denomina a sí mismo “Rey Sol”. Le ha robado unas cuantas posesiones al infantil Carlos II, mientras que a Nos quiere imponer esos obispos franceses que solamente toman Borgoña... Le voy a meter en la propia corte a un Saboya... vereis.- Bueno, como os decía, vendrán dos enviados de la Corte. Se me ha dicho que un par de hábiles manipuladores. Uno es español, sevillano, antiguo Adelantado en el Nuevo Mundo y el otro un médico de la Corte, de origen centroamericano. Tienen fama de pendencieros y de gustarles las religiosas conventuales. Al ser nuevos en Europa, tiene poca contaminación de los nobles, y pueden negociar mejor. Aprovecharé al cirujano ese para que me huela y diagnostique la orina... últimamente tengo los humores trastornados.
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- ¿Quereis, Excelencia, que los investigue esta noche?.
- Se hospedarán en la casa del Cardenal Guido Pacheco. En la calle del Vuolo. A escasos treinta pies del convento de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia del amor Angelical. A tres calles está la Taberna “La Ragazza Preziosa”. Recordad, Cardenal, que allí se han encontrado dos religiosas desaparecidas del Convento. El purpurado Jiménez tiene fama de...- El papa Clemente no quiso seguir hablando. Una tosecilla del Cardenal le advirtió que se estaba metiendo en aguas profundas...
- Descuidad Santísimo Tío. La sirvienta del cardenal es mi confidente y me ha de traer noticias en cuanto le resbale unas cuantas monedas en su mano.
Seguidamente abandonó las habitaciones papales y se dirigió a dar las órdenes pertinentes. Mientras tanto, Clemente se dispuso a disfrutar de una siesta.
Don Luis y Don Rodrigo se trasladaron desde España en una goleta y desembarcaron en Nápoles, gobernada por el Virrey a pesar de las revueltas populares. Desde allí, luego de refocilarse en la ciudad en varias casas de amor, se dirigieron hacia Roma por mar, subiendo por el Tiber en una goleta rápida, fletada exclusivamente para ellos.
Al acercarse a las siete colinas, llevaban ya elaborado un plan para poder conversar con el Papa y poner en entredicho al Rey de Francia “el entrometido”. Una misiva recogida en Nápoles les indicaba que fuesen directamente a la casa del Cardenal Jiménez. Unos criados los estarían esperando al desembarcar. Dicho y hecho. Llevaban de regalo unas cotorras americanas, ricos tejidos estampados con rojo cochinilla y especias aromáticas de gran valor. Incluyendo la raíz de camotillo, la que daba grandes diarreas a quien la probaba.
Guiados por dos criados que llevaban su equipaje en una carroza, fueron enterados por los mismos de los mejores sitios en Roma para degustar filete de todo tipo y manjares conventuales de cualquier sabor. Justo, a la par de la casa de Don Pacheco estaba la casa de formación de las Cistercienses, donde jóvenes novicias entregaban sus oraciones y pensamientos a ilusorios mancebos.
Se hicieron llevar el equipaje hasta su destino, mientras ambos entraban en un atractivo local llamado “La Ragazza Preziosa”, donde cuatro laúdes entonaban una movida melodía napolitana y una deliciosa damisela se contorneaba enroscada en un madero bien pulido, puesto en el mismo medio de la taberna. Al son de la música, frotaba sensualmente sus senos y sus genitales contra la madera, húmeda de tanto sobo y calor y que despedía un rancio olor a pescadilla...
Entre un tinto y un bianco, nuestros personajes daban rienda suelta a sus manos traviesas, dando pequeñas y deliciosas nalgadas a la ballerina. Grande fue su sorpresa cuando, detrás de ellos, el mismísimo Cardenal Jiménez daba rienda suelta a sus instintos, camuflado bajo un traje de torero, pero dando voces con su típico acento sudamericano, muy parecido al acento canario.
Los tres amanecieron con una enorme resaca, una resaca parecida a la del imperio español, que ya por esas fechas había perdido plazas en los países bajos, Artois, el Sundgau junto al Rhin, el Rosellón y parte de la Cerdeña, es decir que la cosa pintaba bastos y España se disponía a poner el trasero para que franceses e ingleses hicieran lo que más les gustaba, joder al vecino.
Don Luis y Don Rodrigo compartían con el bueno del Cardenal Guido un refrigerio en la galería superior del palacio, con unas vistas magníficas a las Cistercienses, veíanlas pasear por el claustro en oración y recato...
- Mi estimado Don Rodrigo, ¿ sabe en que pienso ?
- No hace falta que me diga nada vuesamerced, es como si os hubiera parido, tanto viaje en barco le dio ganas de cabalgar, ¿ me equivoco ?
- Pasado mañana Su Santísima nos recibirá en secreto y tanta tensión debo desquitármela, ¿me acompañaréis cuando las ánimas estén en su plenitud?.
- No lo dudéis, pero vayamos con cuidado que tal vez haya que meter mano a algún puto italiano, hierro al cinto y jubón de cuero que estos cornudos descendientes de Romulo y Remo se las traen del diablo...
La sirvienta, fiel confidente del sobrino Cardenal Paluzzo, tomó buena nota pues, aunque fea como los monos del parque, de orejas andaba bien sobrada...
La noche andaba silenciosa y oscura, parecía la luna andar avergonzada, llegaron los caballeros a pie del muro.
- Alto es , me cago en diez - dijo Don Luis -.
- Difícil está la cosa y mi espalda ya no es la que era - Se quejó Don Rodrigo -.
- Don Rodrigo... En casa del herrero cuchara de palo - Bromeó Don Luis-
Como si fuera un aparecido, el Cardenal Guido se presentó con ruido de llaves.
- Dios está en todos lados y abre todas las puertas, incluidas las del pecado, ja,ja,ja...
El portalón se abrió con sigilo y con el Cardenal al frente (extrañamente parecía conocer el camino ) cruzaron dos patios y el claustro hasta llegar a una celda.
- Me tomé la libertad de concertar cita con unas siervas del Señor - Dijo el Cardenal Guido con evidente babeo-.
Al abrir la puerta no encontraron a las monjitas, pero sí a tres alguaciles malencarados que desde luego no estaban ahí para ser sodomizados.
- ¡ Amigos, ya que hoy no meteremos espuelas, a por estos putos ! - Arengó Don Luis -
Cada uno eligió su pareja en el baile y las espadas salieron de sus vainas. El Cardenal Guido Jiménez manejaba la siniestra con esmero y desarmó al alguacil con suma facilidad, colocó la punta en la minga del tipejo y cuando éste se orinó encima lo dejó partir, al fondo de la celda Don Luis y Don Rodrigo se entretenían espalda con espalda, que nunca fueron amigos de que les oliera la espalda a pecho de hombre, pincharon por doquier, que no querían matar sino joder y al poco rato marcharon los italianos pidiendo “pietà a la madonna “.
Con la mosca detrás de la oreja volvieron al palacio del Cardenal, pero solo para refrescarse, que la mancebía de “ La Ragazza Preziosa “ aguardaba para otra noche de mujeres y vino.
El día del encuentro...
La carroza llegó al Vaticano por la entrada trasera, no había ningún interés en dar publicidad al encuentro, y se les pidió dejar toda arma que portasen a buen recaudo. Tras atravesar túneles, catacumbas y pasillos imposibles de recordar, llegaron a las dependencias privadas de Su Santidad Clemente X, su sobrino el Cardenal Paluzzo les acompañó en persona sin poder disimular su asombro al verlos tan vivos. Nada más llegar pusieron rodilla entierra y besaron el santo anillo. Tras un leve gesto del Papa, Don Luis tomó la palabra.
- Santidad, Su Alteza Real Mariana de Hausburgo en nombre de su Majestad Católica Carlos II desea que seáis partícipe de un mensaje, para que su Santidad actúe en consecuencia y siempre guiado por la divina providencia.
Don Luis entregó el cofre al sobrinísimo, lo abrió y pasó el legajo a Su Santidad, que lo leyó con lentitud y sin gesticular. Don Rodrigo se acercó a Don Luis para hacerle un consulta.
- Amigo, qué diablos vendrá escrito que tan serio deja su rostro...
- Sinceramente, me importa un soberano cojón - respondió un risueño Don Luis -
Clemente X, solicitó pluma, tinta y pergamino, él mismo escribió algo, dejó secar y lo dobló, para luego ser lacrado por Paluzzo.
Antes de partir, Su Santidad requirió la atención de Don Rodrigo.
- Cuentan de vuesamerced que es prestigioso cirujano y sabio en las dolencias terrenales, sería un buen servicio al representante de nuestro Señor en este mundo, es decir, mi persona, que diagnosticase mi
orina, pues tengo los humores algo trastornados...
- Será un verdadero honor prestar servicio a su Santidad.
Don Rodrigo olisqueó la orina, elevó el vaso al tragaluz y lo escanció en otro vaso, disimuló con habilidad de mago la maniobra y dejó caer 10 gotas de camotillo en la orina, aún tibia y, a continuación, dio al Papa su diagnóstico.
- Santidad, males se ocultan en sus tripas, no le puedo engañar, a cualesquier otro le mandaría un tratamiento con sanguijuelas pero siendo quien sois os recetaré una solución secreta y milagrosa. Debe beberse la orina de golpe y aguantar la nausea, será mano de santo y esos malos humores desaparecerán.
Su Santidad, a pesar de poner cara de extrañeza, hizo caso y de un gañotazo todo fue para dentro, aguantó la náusea aunque no pudo evitar que un poco le saliera por la nariz... en breves minutos habría de salir resoplando hacia la santa letrina, con muchos apuros estomacales.
En la carroza de regreso se veía a Don Rodrigo algo contenido pero tras salir del Vaticano empezó a reír de tal manera que al llegar a palacio tuvo que cambiarse los calzones, pues llegaron empapados. Don Luis solo pudo decir una cosa.
- Rodrigo, que cabroncete que eres...
El regreso a casa.
La goleta iba a partir y Don Luis estaba muy pensativo...
-Rodrigo voy a abrir el sobre, me mata la curiosidad, ¿qué te parece?.
-Me importa un cojón, ja, ja, ja -Le contestó Don Rodrigo-.
Tomó el sobre y con destreza lo abrió, comenzó a leer con Don Rodrigo impaciente ante el mensaje de Papa.
- ¡Partida de malparidos hideputa!
- ¿Pero que pone Don Luis?
- Esto es lo que pone, “ Peón 4 Rey “.
- ¡Están jugando al ajedrez!
En ese momento llegó un mensajero de la casa del Duque de Osuna, viejo amigo suyo; Don Luis tomó el pergamino entre sus dedos, sus ojos despedían asombro y furia. El mensaje decía así: “ Don Luis, apresurad el regreso, corre el rumor por Sevilla que además de regalos traéis cuernos para ocho corridas y por aquí le llaman a vuesamerced “el torito “, vuestro honor anda en juego.”
La expresión de la cara de Don Luis, era digna de la de un cucurucho azotado en viernes santo...
Seguirá... (Próximo capítulo: Los cuernos)
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