Tic, tac, tic, tac… sorda cadencia que preside la sala, y un hombre sentado en su sillón, en mitad de una salón decorado por el polvo iluminado por los últimos rayos del sol que vienen a morir a través de las ventanas.
Posando una botella vacía sobre el suelo continúa observando el ocaso. Y de fondo la misma cadencia. ¿Y el tiempo? ¿Qué es para el sujeto el tiempo fuera de sí? ¿Acaso existe? ¿Qué sería el tiempo si no lo clasificásemos y dividiéramos en horas, minutos y segundos? Paró la cadencia. Otra botella vacía. Y la sombra se desplaza a través del suelo hasta llegar al reloj, reinicia la cadencia y vuelve al sillón.
Pocos instantes después, otra forma de clasificar el tiempo, la puerta se abre y un hombre de edad avanzada entra cerrándola tras de sí. Su única propiedad una botella medio vacía, su única esperanza, una botella medio llena. Y con sus propiedades decide sentarse en un sillón, pero el silencio es a veces el peor de los ruidos, y se acuerdo del viejo reloj de cuerda.
Y su futuro, un reloj de cuerda que terminará por pararse. ¿Quién le dará cuerda? Cuando la botella esté vacía no quedará propiedad, no quedará esperanza.
Ya sale el sol, empieza un nuevo día ha llegado al hora de terminar. Un revólver medio vacío, pocas balas, pero solo es necesaria una. La botella se ha terminado.
Tic, tac, tic, tac… en el salón vacío de los recuerdos perdidos, ¿Quién le dará cuerda al reloj?
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