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Cabalgando en su viejo caballo y llevando a su derecha e izquierda los cántaros, la lechera recorría los caseríos en las primeras horas de la mañana, gritando con voz atiplada: ¡la lechera! ¡la lechera!. Al bajar de su caballo se ponía el rollete en la cabeza y sobre el rollete, la tinaja, y golpeaba de puerta en puerta ofreciendo su producto. Cada día, Panchita despertaba, ordeñaba, iba, vendía y volvía a su casa para los diarios quehaceres de la vida. Una mañana, cuando estaba sentada en su taburete ordeñando, se le ocurrió cambiar de rutina y decidió ir a vender por un día la leche a otro pueblo.

Aquella campesina gorda montada en su caballo viejo llamaba la atención al pasar, tenía una papada tan enorme, que no era posible dejar de mirarla algunos momentos; pero ella no tenía complejos, era una mujer con mucho carácter, sus labios brillantes, carnosos, pintados de rosa fuerte, iba por la vida luciendo su gordura y vistiendo su cuerpo con toda la coquetería de que era capaz. Algunos por excusarse sin duda, de tales miradas descorteses, la saludaban como se acostumbraba en el pueblo, quitándose los sombreros.

Cuando se había alejado bastante de su región, el viento se arremolinó en el camino fundiendo las hojas muertas. Una enorme cantidad de polvo como una gran nube se dispersó, tan solo se divisaba una sombra de un cuerpo voluminoso. En sentido contrario, iba una mujer obesa con un sombrero de paja, cabalgando sobre un asno y a los lados del animal, iban amarrados varios cantaros. Se trataba de Pepa, la lechera del otro pueblo que había tenido la misma idea de vender su mercancía en otra región y cambiar por un día de rutina.

En contraste, Pepa vestía ropa oscura, pues así disimulaba su sobrepeso, dado que para ella ser gorda era equivalente a ser fea. En su mirada se podía ver la tristeza por el daño causado a sí misma durante largo tiempo debido al poco aprecio sentido hacia su cuerpo, calificado por otros como imperfecto.

Al cruzarse, las mujeres se saludaron con la mirada, ambas con una sonrisa sincera, luego tomaron sus rumbos. Al llegar a los pueblos, los aldeanos se extrañaron de ver a una nueva lechera. En el pueblo al que fue Pepa, la gente echó de menos la alegría de Panchita, sin embargo, trataron a Pepa con el mismo cariño como si hubiese sido la tradicional expendedora de leche, pero Pepa no percibió esto, sino al contrario, pensó que la gente al verla muy en el fondo se burlaba de ella y siguió malhumorada todo el día.

En el pueblo de Pepa, la gente observó con asombro a una vendedora más obesa que la que todos conocían, pero aun, cuando la trataron con el mismo cariño que trataban a Pepa, algunos no pudieron evitar los comentarios de su figura, Panchita reía y con sentido del humor contestaba que no hay gallina gorda por poco dinero.

Al anochecer las mujeres se volvieron a cruzar en el camino y se saludaron con una sonrisa sincera, cada una volvía a su pueblo, una mujer bonita que nunca lo supo en su viejo asno y otra mujer sin complejos en su viejo caballo.

Texto agregado el 20-07-2020, y leído por 111 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-07-2020 Qué buena historia: dos lecheras con similitudes y diferencias, pero ambas cabalgando al ritmo del mismo contador de historias. Te felicito. Nota: En tú colombia y mi República Dominicana hay dos palabras para el mismo objeto: Rollete y babonuco, pero la misma, para una vasija con agua potable en la casa y vasija para llevar a vender la leche. Gracias. peco
20-07-2020 Qué bueno vivir sin complejos, disfrutando de su cuerpo! Bien!!! MujerDiosa
20-07-2020 Cuanto daría por degustar unos vasos de la leche contenida en aquellos cántaros...ahhhhh... ME ENCANTÓ LA HISTORIA. Shalom Fabian. Abunayelma
 
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