No tiene domicilio conocido. A diario recorre las calles del pueblo con su bicicleta cargada de cachivaches de subsistencia: un saco de dormir junto a un amplio lienzo de plástico multipropósito, ambos utensilios perfectamente enrollados y asegurados en la parte posterior del vehículo. Desde el asiento y a cada lado del manubrio cuelgan bolsas con cacharros varios, ropa, zapatos y una radio a pilas. Con su figura enjuta, barbuda y harapienta parece una versión bizarra del ekeko andino, aunque con expresión menos feliz. Es el clásico personaje excéntrico y paria que cada pueblo tiene y que con frivolidad e indolencia es considerado como parte del folclore local, sin más.
Lleva una vida trashumante desde su juventud, durmiendo de allegado en el invierno o bajo las estrellas en la temporada de calor. Nadie conoce a ciencia cierta las razones de su forma de vida, pero se dice que fue a causa de una fuerte ruptura con su padre, un hombre adinerado y autoritario que se empecinaba en imponerle la conducción del negocio familiar con tal hostigamiento que el joven de espíritu libre terminó en el hospital psiquiátrico por meses. Otros afirman que, habiendo sido siempre pobre y sin ganas de encajar socialmente optó por tomar la bicicleta y acarrear su vida entera con ella, con el propósito de vivir el día con lo que el destino le otorgue y hasta que el cuerpo aguante.
Libre de oficios y horarios, acostumbra instalarse en las esquinas más transitadas del centro, sentado en el suelo o en los paraderos de micro y observa con entusiasmo infantil e interés científico a los transeúntes que afanados en sus asuntos ni siquiera notan su presencia, y como un tasador de vidas, lee rostros y cuerpos, evaluándolos con la autoridad de su vasta experiencia de vida en las calles. Desde allí los juzga; los aprueba, los censura, los envidia o los compadece. Imagina historias sobre sus vidas atadas a otros y sus días sujetos a obligaciones.
En algún momento, el juego deja de ser divertido. Entonces se levanta, toma su bicicleta barroca y se va hacia donde el instinto le indique, enfocado en otro propósito, más elemental y menos interpretativo: conseguir la siguiente comida del día.
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