La bolita de mármol rodó por el gran tazón de bordes seccionados, luego saltó entre los compartimientos de colores rojo y negro. La adrenalina se apoderaba de Román, pero el golpe de suerte nunca llegó. Después de perder, siguió buscando la revancha hasta que malgastó todo el dinero. Ahora, su nueva situación lo obligaba a buscar un trabajo para subsanar las nuevas deudas.
Su hermano Joel, le ofreció trabajar en su joyería, Román sólo tenía que ayudar a vender. A los pocos días Román se aburrió; se mantenía quejando de su mala suerte, pero en realidad era un holgazán que nunca aprendió a hacer nada. – A la pereza le sigue la pobreza. -Dijo Joel, sin embargo, Román era un gran hablador y dicharachero, por lo que tenía exasperado a su hermano.
Joel terminó enseñándole el oficio de la creación de joyas. Lo que nunca se imaginó, era que Román aprendería muy rápido este arte, teniendo un talento innato. Concebía una buena idea y era capaz de materializarla de forma artesanal, conseguía que aquella pieza fuese bella, original y única. Proporcionaba inexplicablemente un gran placer a la persona que la utilizaba o a la que contemplaba alguna pieza de su creación.
Su fama se extendió por todas partes, iba la palabra de boca en boca, como el pajarillo de rama en rama, pero la envidia es la polilla del talento, y esta no resultó ajena a Joel, quien ahora vivía malhumorado con su hermano, porque toda su vida quiso realizar piezas tan artísticas.
Román, siempre había soñado con conocer más allá de las montañas, y ahora lo haría con el dinero ganado con su trabajo. No le interesaba competir con su hermano, así que un buen día se despidió de Joel, sin resentimiento alguno. Partió en un gran barco muy feliz. Había aprendido hacer muchas joyas, pero la joya más invaluable, la que lo hacía sentir con una gran riqueza, era su hermano. Su familia. |