Me cuesta tanto despedirme de Paul.
Trece días apenas...
¡Carajo, Dios!
Despedirse sin despedidas no es despedirse. Es mentira, sueño, pesadilla, trampa, utopía, es todo, menos despedida.
Y duele, ¡demonios!, duele mucho, duele ¡tanto!
Él se fue y me dejó sin aire, gritando su nombre y reclamando frente a un Cristo sin respuestas, me abandonó con un dolor tan profundo e irreconocible en medio del pecho que me siento irremediablemente perturbada.
El domingo 28 de junio, un minuto antes de las 9:30 de la noche, mientras yo suplicaba de rodillas, Paul se marchó...
Y nunca más se enterará que, tras su último aliento, se marchó heredándome un colapso del 80% en los pulmones y soledad.
Spinetta en spotify, reza conmigo:
"plegaria para un niño dormido".
Y Paul, mi amigo, mi hermano, se ha ido...
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