En una noche muy oscura, sin estrellas ni luna, cubiertas por una capa de espesas nubes de tormenta, aceleradamente se dirigía un caballero apesadumbrado a la casa del hombre más rico del pueblo. Tocó la puerta e inmediatamente fue conducido al gabinete de estudio donde lo aguardaba Clemente.

El hombre dijo: - Malas nuevas Don Clemente, no ha sido posible conseguir el fiador y comprendo que usted no puede hacer por mí más de lo que me ofreció, anoche yo he venido a casa de usted sin más derecho que el que da su reconocida bondad, he venido a presentarle mi dolorosa situación, mi honra comprometida, mi esposa enferma, y al lado de este cuadro la suerte que por primera vez me sonríe, pudiendo mejorar toda mi vida, pero para eso necesito $500 en calidad de préstamo.

Don Clemente dijo: -Yo le he ofrecido el dinero por el tiempo que usted me diga sin ningún interés, pero a cambio sólo le pido un fiador, el que usted pueda conseguir, ya sabe usted que fiar sobre buena prenda, para no tener contienda.

-Pues bien Don Clemente, cansado de buscar la firma de un amigo y sin haber logrado que ninguno de los que me conocen me fíe, me he resuelto presentarle uno que me conoce, que sabe lo que soy pero no sé si tenga las condiciones que usted desea. Dijo el hombre.

A lo que respondió Clemente: -Yo no exijo mucho, solo deseo que haya un responsable por el favor.

Y con voz ahogada por las lagrimas el hombre dijo: -Aquí tiene usted el único que puedo presentarle, es el único que puede responder por mi, es el único que ve mi corazón y no mi miseria. Y sacó de su capa un cristo de madera.

Es mucho más de lo que yo pedía. Contestó Clemente

Tiempo después aquel hombre devolvió la suma que había adquirido con intereses. Los nietos de Don Clemente conservarían el cristo que este hombre regaló. El cristo que un día entró en la casa como fiador, aceptado por un noble y que la desgracia consolada dejó como recuerdo y como talismán.