Qué poderío tenía el tío. Lo de la "zeta" no lo llegué a entender nunca. Pero era un fenómeno dando mamporros contra toda suerte de monstruos gigantes. Cada episodio le sacaban uno. Lo primero que pensaba el espectador era que esta vez se las habría de ver mal nuestro héroe, pintado de gris e hieratismo en faz, por ser más aparentes los oponentes.
Yo miraba a mi hermano. Gran entendedor de monstruos. Y me dejaba llevar por su impresión inicial. Y lo cierto era que, Koji Kabuto-el piloto que lo manejaba- las pasaba más "kabutas" con cada episodio. Pero hete ahí que siempre salía vencedor, pese a la creciente sofisticación de sus oponentes- elaborados por el Doctor no sé cuántos. Que de tanto no me acuerdo. Lo que tampoco ha pasado al olvido eran los pechos de su novia-Afrodita "a"-, que disparaba las tetas, al igual que Mazinguer los puños, lo que acababa por hacer morder la tierra siempre, invariablemente, a su rival. Por muy peripuesto y monstruoso que viniera el hombre. En nuestra imaginación infantil pensábamos que tales riñas de grandes autómatas estaban en su Japón natal al orden del día. Por lo que en cuanto ahorráramos lo suficiente-le decía a mi hermano-, seríamos testigos oculares, in situ, de aquéllas. A tal efecto, de la paga semanal, nos privábamos una pequeña parte en gasto. Parte que introducíamos en un gorrino de barro.
Lo cierto es que se llenó el gorrino y no hizo falta que nos dijera nadie que aquellas fenomenales batallas salían única y exclusivamente del caletre de un escritor y que en Japón lo más monstruoso que había eran tifones y tsunamis. Por lo que con su fruto-el del gorrino- creo que nos dimos un atracón de pasteles, acabándose ahí nuestros propósitos viajeros.