DIGESTIÓN LENTA…
En la primera visita, el gastroenterólogo me atendió en el consultorio del hospital, ahí pudo hacerme los estudios correspondientes a mi problema de digestión lenta. Después, para recetarme la medicación o hablar de alguna dieta alimentaria a seguir, me recibiría en su despacho particular, a las once y quince minutos, en la fecha que me quedara más cómoda.
Ese día entré a ese domicilio en el horario justo, y cuando esperaba encontrarme en una sala de espera, me di cuenta que estaba en el living de una casa de familia… Como nadie se apersonó a recibirme, con un rápido reconocimiento visual saqué mi conclusión de porqué no. Ese despacho estaba por estrenarse. Sin habilitar todavía, agregado a un costado de este ambiente, una puerta que olía a recién pintada me dio esta certeza. No obstante, esa improvisada sala de espera aún seguía vinculada al amplio comedor familiar, faltaba una pared, entonces todo eso resultaba sumamente opuesto a lo que se considera un ámbito profesional, a un consultorio médico con todos los requisitos cumplidos, habidos y por haber.
Dado el caso, y ya bastante contrariado por no saber de qué manera actuar en esta circunstancia, sin ninguna invitación me senté en el sillón más apartado a ese espacio tan “reservado”; al lado de una ventana que daba a la calle, tanto para ocupar mi atención hacia afuera, mientras aguardaba que alguien pronunciara mi nombre allí dentro. De todos modos, incómodamente, sabía que no me había equivocado de dirección, la revisé, pero ya nada me quitaba esa rara sensación de verme como un intruso, un usurpador de puertas abiertas, o un oportunista pronto a llevase lo más valioso que encontrara a mano...
Trataba de digerir este mal momento lentamente, dándole tiempo a que el susodicho doctor apareciera por algún lado. pero no, ausente, el silencio era absoluto en esa casa. Y cuando mi paciencia estaba por estallar, tomando esa puerta a golpes de puños, por afortuna, una persona apareció para contenerme; la mucama viniendo de la cocina. La misma que sin detener su rápido trajinar comenzó a preparar la mesa, a repartir platos, cubiertos y copas a diestra y siniestra. Ciega y muda, ignorándome o sin querer preguntar qué estaba haciendo yo ahí…
Frente a esta indiferencia, y para calmar mis nervios otra vez en alza, jugué a adivinar cuál sería la comida principal que se serviría. Sin dudar aposté a una vegetariana. Todos en el pueblo sabíamos que este médico era acérrimo enemigo de dejarnos consumir carnes rojas (en este país donde las vacas van galopando solitas al matadero, un castigo)… Pero con esta referencia no me equivocaría de menú, afinando el olfato, ya olía verduras hirviéndose para una esponjosa tarta, poniendo buen oído, la fritura de unas hamburguesas de soja bien crocantes, y a los ojos me llegaban los vahos de unas cebollas recién cortadas, listas para una ensalada con tomates y abundante espinaca fresca y nutritiva...
Este repaso de alimentos saludables me distrajo en este gran plantón, pero al cucú del reloj de pared no. Salió de su casita a cantar las doce en punto, cuando desde las puertas de esta casa grande nadie se asomaba ni para preguntarme la hora...
Entonces para qué seguir ahí, me dije, ese especialista no está y además llegará muy tarde, sobre el almuerzo, sin nada de tiempo para atenderme… Aquí fui decididamente categórico, no me iría de allí maldiciendo esta falta de consideración suya, delicadamente me senté a su mesa…
Creo que la mucama se mantuvo escondida en la cocina espiándome, pero yo no me movería de ahí hasta que no llegaran los comensales...Ya me mostraba tranquilo, esperaría como un invitado de honor, sobriamente, a saborear una rica comida vegetariana hecha en casa como se debe... Al rato llegaron todos juntos en una van; los chicos volviendo de la escuela, una madre de su comercio de ropas y su esposo gastroenterólogo del hospital, demorado por una cirugía de estómago por una digestión lenta crónica,nunca tratada me aclaró después…
(Basado en lo que pasó con mi médico, un amigo de toda la vida)
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