Las bancas estaban a la sombra de las ceibas. En ellas descansaban y conversaban hombres y mujeres; propios y extraños; niños, jóvenes, adultos y jubilados. En el centro del parque, se encontraba un monumento de hierro en forma de peine, el vuelo de las palomas rompió el aire inquieto. Bajo una antigua y hermosa farola se ubicaba el fotógrafo del parque. La tradicional cámara de cajón estaba sobre el trípode con su fuelle, la manga de tela y su tradicional palabra favorita de Ramón Hidalgo: -“Sonría para la foto”. Siempre llevaba consigo su caballo de madera, y quien quería ser fotografiado, le prestaba un gran sombrero mexicano y se montaba en el.
Le resultaba difícil tomarles fotos a algunos niños quienes no les gustaba, se tapaban la cara y veían para otro lado. Esto le recordaba a su pequeño hijo que era igual, pero su táctica era pedirle al chiquillo que le cantara una canción. Un método efectivo, pero en algunas fotos salían haciendo muecas.
Un día su abuela cumplió años, y decidieron reunir a su numerosa familia para prepararle el festejo. La abuela era de estatura baja, cabello largo y blanco, piernas gruesas, aparentemente sufría de varices. Era muy obesa y su mirada era penetrante como ojos de búho. Aún cuando el rostro estaba surcado por arrugas, conservaba la lozanía latente de su juventud. Ruth era la mujer más vieja del pueblo, la gente atribuía su longevidad a que cada noche tomaba un vaso de agua con limón. A sus 104 años, extrañamente no tenía fotos de sí misma.
La anciana se había puesto su mejor traje, y al observar a su nieto con la cámara, se opuso ante sus familiares. La abuela, quien era descendiente de los indios de aquella región, mencionó que sus parientes decían que la fotografía tiene el mágico poder de capturar el alma. Una de sus hijas la convenció diciéndole que una foto es un recuerdo y recordar es volver a pasar por el corazón. Fue extremadamente desconfiada frente a la cámara, pero se fotografió.
Aquellas palabras de la abuela resonaron en la mente de Ramón. -¿Realmente la fotografía tiene el poder de robarse el alma?. Se preguntaba a sí mismo, mientras subía la escalera de su casa, el cual era rodeada de imágenes que no dejaban una sola pared libre y donde parecía que lo observaban muchos personajes. En su cuarto tenía una gran colección de cámaras, y un estante donde se atesoraban varios negativos perfectamente codificados. Al cerrar la puerta de su pequeño laboratorio, reveló las fotos con el usual bombillo rojo.
Entre las fotos de su familia, tomó una donde aparecía su pequeño hijo. Al observarlo detenidamente, dejó en Ramón un resultado ignorado. La imagen nueva de su hijo, era ahora más cercana de lo que siempre sentía, mucho más franca y real de lo que tenía en mente de él. De alguien tan conocido, resultó un retrato inquietante y nuevo, más maduro e independiente, más grande e importante. Desde ese momento no le dejó de sorprender esa magia, el instante mágico que dura eternamente, el detener el tiempo, o un sentimiento. |