La suavidad de tus manos reverbera en el silencio, dentro del imaginario crepuscular de mi mente, acariciando así las sombras que cubren como sábanas cada uno de los relieves en mi rostro, ahí en mi soledad, en el nocturno llanto silenciado por tu ausencia, ¡y es en ese momento cuando más te amo!, en tu cruel ausencia, definitivamente, dentro del instante en que tus pechos hierven hasta quemarme, pero incluso así, con el dolor más aberrante que produce cada una de las costras que se desprenden en mi vigilia, el único ruido entre mis frazadas es un ensordecedor suspiro que acalla la lluvia, el único testigo presencial de tu fuga a través del vacío, abandonándome al fin meditante observando la puerta esperando tu verdadero retorno.