El ambiente que se vivía en el salón principal era el de un verdadero jolgorio. Buena comida, buena música, buen alcohol y buenos alucinógenos estaban al alcance de todos los asistentes, quienes disfrutaban al máximo de la ocasión. Era una especie de despedida que él mismo se organizó.
A lo largo de su corta vida, tenía alrededor de 30, se había dejado llevar por todos los placeres terrenales conocidos por el hombre. Fiestas, alcohol, drogas y mujeres en exceso fueron su pan de cada día. “Algún día te vas a morir” -solía decir-, “así que disfruta tu vida al máximo”.
Desgraciadamente para él, su excesivo estilo de vida había degenerado considerablemente su salud y lo había hecho desarrollar una enfermedad terminal. Los médicos intentaron ayudarlo con un tratamiento, pero lejos de mostrar algún signo de mejoría empeoraba día tras día. También trataron de hacerle ver que su forma de vida era la responsable de su deplorable condición y que tenía que cambiarla. Sin embargo, él se rehusó, y lejos de cambiarla la volvió más degenerada.
Al final, los médicos se rindieron con él y le dieron un plazo: 30 días. Pero a él, lejos de importarle, le siguió dando igual y continuó viviendo como siempre había vivido.
El último día del plazo fue el que eligió para organizar la fiesta. Él era casi irreconocible. Su desnutrido, huesudo, demacrado y pálido cuerpo distaba mucho de lo que era hace no mucho tiempo. Alrededor de las 11 estaba totalmente ebrio y drogado. En cada tambaleante paso que daba el salón parecía dar vueltas. Terminó chocando con alguien.
-Lo siento -dijo.
-No -le respondió una voz grave y siniestra-, el que lo siente soy yo.
Su interlocutor se giró y el retrocedió horrorizado. Ante él estaba una persona sin rostro, vestida con una larga capa y una capucha. El ambiente a su alrededor empezó a tornarse lúgubre y sombrío. Lentamente su interlocutor comenzó a acercarse y el, aterrado, trató de retroceder, pero dio un paso en falso y cayó al piso.
-¿Qui-quién eres?
La figura acercó su huesuda mano a su rostro, y al mínimo contacto una serie de escalofríos comenzó a recorrer su cuerpo, erizándole los poros.
-Tu tiempo en la tierra ha acabado –le dijo mientras paseaba sus dedos lentamente por su cara-, y es hora de que pagues por tus pecados.
Estaba paralizado del terror. No podía siquiera apartar su vista del personaje. Paulatinamente todo el salón comenzó a llenarse de oscuridad, hasta que eventualmente quedo totalmente a oscuras. Solo podían verse él y la figura. Las risas, la alegría y el jolgorio fueron reemplazados por el miedo, la tristeza y la desesperación. Lamentos inaudibles y desgarradores empezaron a hacer eco en sus oídos y a llenar su cabeza. Sintió unas especies de manos que lo tomaban de los brazos, las piernas y el abdomen y lo halaban hacia abajo. Trató de incorporarse, pero su cuerpo no le respondía.
-¿Qu-qué está pasando? -gritaba desesperado mientras se sacudía violentamente en el centro del salón. Sus gritos se confundían entre el bullicio de las personas que disfrutaban de la fiesta. Nadie prestaba atención a su agonía.
-Es inútil -dijo la figura-, ya no hay nada que hacer. Deja que la muerte… -le cerró su ojo derecho- te abrace con sus fríos y gélidos brazos.
Le cerró su ojo izquierdo y quedó sumido en la más terrible oscuridad. El miedo y el terror se apoderaron de él, haciendo que sus gritos y sacudidas fueran más violentos y desesperados. Casi parecía que estaba poseído. Su último aliento fue un desgarrador grito a eso de las once y media.
Finalmente, alguien de los presentes se percató de su cuerpo tirado en el medio del salón y decidió llevarlo la habitación cercana. Lo colocó en el piso y lo examinó. No tenía pulso y en su rostro estaba gradaba una expresión indescriptible, que generaba horror y pena en cualquiera que la mirara. Acercó su nariz para olerlo. Acto seguido sonrió y comenzó a acariciarle la cabeza.
-Nada mejor que el olor a muerto para alegrar la noche -dijo mientras se transformaba en una figura sin rostro, vestida con una larga capa y capucha. |