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LUZ NEGRA, MARGARITO
Santiago P. Sonzini

Hacía varios meses que no volvía al campo. Pasada la muerte de nuestro padre, un día le hable a mi hermano, y se lo propuse.

Las cosas pertinentes a la administración de la estancia, habían quedado en manos del tío Peto, primo de mi viejo. Vivía allí hace ya varios años, desde que cansado de la ciudad decidió hablar con mi padre para trabajar en el campo. Fue un alivio para los dos, mi padre tenía alguien de confianza allí permanentemente, y Peto, el lugar ideal para su aislamiento.

Una tarde, Peto tocó a la puerta de mi casa, debía atender asuntos familiares en la ciudad, por lo que había dejado momentáneamente alguien encargado de visitar la casa de campo, y hacer las rutinas diarias; abrir el paso a la bebida al ganado, a los bloques de sal, desmanear el molino, etc.

Llame esa misma noche a Pedro, mi hermano menor, proponiéndole hacer el viaje ese fin de semana. Él, desde que volvió después de varios años de incógnita, según él, por el norte argentino, Incluso más allá, Bolivia, Perú. No había vuelto al campo.

– Que haces Peterrrr! –le dije.

– Hola 'cri cri'! –contestó– que ondiux?

– Qué haces este finde?

– Nada, creo… –hizo un silencio y preguntó– Por?

– Vamos al campo?

– Ehh! al campo! –dudo un segundo y preguntó– estaría che! pasa algo?

– No, no! Solo se me ocurrió. Se me ocurrió porque el Peto vino hace un rato, tiene cosas que hacer acá en la ciudad y bueno, hace mucho que no vamos…

– Si, hace mucho… Y está la casa sola o dejo a alguien allá?

– Nooo!... va!, en la casa no hay nadie pero dejó a Margarito, te acordás? A cargo de pegarse una vuelta!

– Margarito? –preguntó casi gritando– vive el viejo todavía?

– Parece…

– El quebracho! Maaarrgaariiito! –dijo como para sí.

– El mesmo! Y, vamos?

– Dale 'cacu'! Dale, si! –contestó, y agregó– No será un fantasma?

– No me digas que aún te agita en los sueños? –pregunté con sorna.

– A veces 'pesoe'lia'! Pero la Berti me apacigua! –termino poniendo grave y profunda su voz.

Mientras reíamos, se me adelantó:

– Vamos en tu auto o querés que te pase a buscar?

– No, no, yo te busco, manejo yo! –le contesté con firmeza.

– Cagón! –me decía mientras reía– Salimos bien temprano entonces, para compensar las horas de la tortuga!

– Claro, si, Pirín Gradassi! Te busco a las siete!

– Gradassi gil? Te fuiste a la prehistoria 'guachin'! –reía– Nos vemos el sabado.

Después del llamado, me quede por varios minutos pensando en el campo. Había sido nuestro paraíso de adolescencia. Por meses, hace tiempo, nos aislabamos en él, varias veces al año. Con mi hermano, teníamos nuestros refugios; el arroyo, la piedra del Tala en lo alto, la choza al borde de la laguna, donde Pedro se pasaba horas pintando, leyendo o durmiendo, mientras yo cazaba algún pato maicero para la cena.

A Margarito, lo recordaba como un hombre recio de una vida cruda y dura. Llegó a caballo un día por el Rayo Cortado, cuando mi padre hacía algunas compras al pasar, para llevar a la casa de campo. Cruzaron algunas palabras y luego de una hora, un par de vinos y unos inolvidables fiambres de la colonia con pan casero, seguían charlando a la sombra de unos mistoles. Margarito traía pocas pertenencias, entre ellas una, la más preciada y que constantemente vigilaba con celo ante nuestras furtivas miradas, Bertita, su hija.

Mi viejo, en su filantropía, aguzada por unos tintos y el clima campero, el respeto y sobretodo el afecto que le tenía a la gente de campo, le propuso trabajo.

Al día siguiente, Margarito y su hija Bertita, llegaron montados en sus caballos a la casa de campo. A unos cuatro kilómetros cruzando la sierra, al extremo norte del campo, había una casita en la que hacía unos años, ya no vivía nadie. El viejo "Hucha", era puestero allí, lo encontraron en su cama muerto un día. Lo acompañó ese primer día mi padre a Margarito y su hija, para que allí se instalarán.

Tiempo después, en una de las tantas y largas charlas en la cocina; mezcla de mates, cuestiones ordinarias del campo, anécdotas, tortilla con grasa y unos vinos para endulzar, el viejo Margarito nos contó un poco de su historia.

Cuando llegó al norte cordobés cruzando todo Santiago, montes y Salinas, en realidad venía huyendo. Había dejado un pasado de sangre allá por el Chaco santiagueño, fue cuando perdió a su mujer, la madre de Bertita.
En un confuso hecho, encontró a su mujer tirada en el piso del patio al frente de su rancho y por la puerta salía un hombre, un completo desconocido, con un apero y otras de sus pertenencias. Margarito, hombre de reacciones rápidas y temerarias, sin dudar agarró al hombre y de un trompazo lo derribó al piso, escuchó a su hija que desde el interior del rancho gritaba clamando por su madre. En el piso, el hombre, vió como Margarito, sin preguntar ni dudar, le pegó un tiro. Al darse vuelta, ya Bertita lloraba sobre el cuerpo de su madre, estaba muerta.
Enterró a su mujer en el monte, arrojó el cuerpo del hombre en un pozo, tomó algunas pertenencias, su hija y se fue.
Desde chico, contaba, era arriero. Había cabalgado casi todo el camino Real de norte a sur, de la puna hasta la Pampa húmeda, había pasado años en ese oficio, se había curtido con el clima y con las contrariedades de la vida.

Solía decir:

"Hay que agachar el lomo y pechar! Después, si se logra llegar al otro lao, va haber tiempo pa'pensar"

También, picado el pico, le daba por recitar versos acompañado con una guitarra, una vieja "Romántica" que yo tenía. Recuerdo en especial, uno que solía yo cantar a veces:

"el alma se vuelve e'piedra,
ante tanta cruel crudeza,
el cuerpo se seca, y pesa,
lo derriba a uno, la tristeza.

La noche lo ciega todo,
bendita en sus polleras.
Entre sus pechos de luna
Hasta la mañana te sosiegas.

Calienta las brasas la pava,
la mollera al fuego se rearma,
el primer amargo del arriero,
lo ceba y se lo arrima su alma"

Margarito, hombre fuerte de rasgos y estampa, era dado a hablar, aunque costaba al principio, si uno no lo "convidaba". Se quedaba a un lado callado, observando todo. Su presencia imponía respeto y cierto temor, más allá del "trabuco", como le decía al "pistolon" que siempre portaba en su cintura, ajustado con su faja. Por eso es que una vez, mi hermano, se sintió casi con la soga al cuello. Lo había visto con su hija, en el arroyo; él la besaba y ella, posando sus manos contra una piedra a su espalda, se dejaba besar. Su cara era morena, sus ojos grandes destellaban en su marco trigueño, sonreía y sin desearlo, provocaba por el camino más sutil de la seducción de una mujer, la ternura. Regresaron juntos en una disimulada charla entre amigos, y al encontrarse en la casa, Margarito se paró frente a ellos, y Pedro se dió cuenta enseguida. Ese tipo sí que sabía hablar con la mirada. Apenas quiso Pedro balbucear algo, el hombre puso su mano sobre su hombro y con otra de esas miradas, juro, que le decía que lo mataría. Fueron unos segundos larguísimos, hasta que al fin, en una especie de mueca, fingió una leve sonrisa y le dijo:

– Vamos a confiar el uno en el otro, y a la primera duda, lo conversamos seriamente.

Desde entonces nunca más tuvo mi hermano, una conversación seria con él. Tiempo después Bertita se fue a trabajar a la ciudad, mi padre la ayudó a conseguir trabajo y mi madre la entusiasmo haciéndola estudiar. Lo último que supimos, es que estudiaba biología.


Ese sábado, entre una cosa y otra, terminamos saliendo a las diez de la mañana.

A pocos kilómetros de La Colonia, Pedro sacó cigarrillos, me ofreció uno mientras prendía el suyo.

– Abrí la ventana –le dije en un reproche.

– Como te tendrán cagando 'cu cu'! –decía mientras la abría– Lo apago? –preguntó.

– No fumá! Me hace mierda eso! –lo miré, y le pedí– Dame uno, ya me tentaste!

Realmente disfrutaba el viaje, a pesar de su inquietud, Pedro, me divertía, era un buen compañero y sobretodo de viajes. Escuchaba atentamente siempre, por más estúpido que fuera lo que dijera. Él, siempre empezaba sus comentarios con sarcasmo, se reía y mezclaba con chistes las verdades y mentiras, que derramaba como un tsunami.

– Queres tomar algo?

– No! estoy manejando!..

– Otro pucho?

– No! Abrí la ventana!

Quiso tirarlo a la ruta y le dije que antes lo apagará, porque podría causar un incendio, salivó en sus dedos y lo apagó.

– Sos un asco! –le decía!

– "Madre María ven a mí, que así sea, que así sea, Letibi, Letibi" cantaba riéndose de mí!

Mientras almorzabamos por allá por Las Peñas, recordamos esa vez que vimos al gobernador en calzoncillos en un campo que se decía, había usurpado. En medio de tanto alboroto que causó un helicóptero que pasó cerca de la casa un día, montamos el "centello" y la "mora", y no fuimos a ver a dónde iba. Era el mismísimo gobernador, llegando en el "pájaro tartamudo", como escuché luego que le decían sus peones. Yo no lo podía creer hasta entonces. Mí padre, lo había votado!

Recordamos las historias de papá y sus hermanos en su pueblo. Las batallas con la banda del "gordo pisa", a pedrada limpia!
El ahorcado, que robó el pañuelo de la abuela, madre de papá, que había colgado a secar en la soga. Arrepentido, aquel peón del abuelo, se le apareció una noche a la abuela y llorando le pidió perdón, al día siguiente lo encontraron en el “puesto de Yansen”, donde estaban las corraleras de cabras, con un alambre colgado de un árbol!
La inundación! La parte de la Villa totalmente anegada de barro y piedras!
El caballo de Orozco! Que murió desangrado al salir espantado en el mismo instante en que su viejo amo y jinete de toda la vida, fallecía! El fiel "malacara" terminó enredado en el alambrado cruzando el camino!

A Margarito, le recordé a Pedro, lo que él le preguntó un día:

– Porque Margarito usted! –lo trataba de usted, sobretodo después de su "incidente" con la hija– Cuando viene por las mañanas cruza el monte desde su casa hasta acá, y a la noche cuando vuelve se va por el camino, alargando el trecho varios kilómetros?

– Por respeto! –dijo con gravedad en su voz de el viejo– Respeto a las almas! De noche le silban al que se atreve a cruzar el monte! Andan penando, y es mejor no molestar a los difuntos que están atados a este mundo aún.

Mi hermano, tenía un "don suicida”, ir con su insolencia sin medir consecuencias cuando veía que podía molestarte, y le preguntó enseguida al viejo:

– Perdón Margarito! Pero, no será miedo no? –lo decía con seriedad, más yo sabía que lo quería provocar.

– Vengase conmigo esta noche! –le contestó rápido el viejo invitándolo– Vamos por el camino y vuélvase por el monte! – concluyó mirándolo fijamente.

Pedro asintió, aceptando el convite. Yo lo miré, y él con un gesto que aún recuerdo muy bien, me miró y por lo bajo me murmuró:

–Niiii ennn peeedooo!

– Son almas en el purgatorio –nos decía mi madre, con su hermosa intención de sacar a mí hermano de apuros– silban a los vivos rogando rezos a su favor, en busca de perdón!

Pedro se las arregló, para no estar presente en el momento en que el viejo se marchaba.


Llegábamos al Rayo ya.

– Vas a misa los domingos? –Le pregunté después de un largo silencio.

– No! –Contestó secamente, y se acomodó como para dormirse.

La mención de mamá, sabía que lo había puesto serio… Y triste.

Unos minutos después, se enderezó nuevamente y reflexionó:

– Qué será no! Que de infancia y educación iguales, salimos tan distintos! Incluso aquel día cuando me preguntaste si la había besado a la Berta y nada más! Te acordás? Me dijiste:

– Que suertudo! –dijo fingiendo mi voz, en tono pueril– Y yo riendome te respondí:

– Suertudo??? Que 'ocote' se dice puchero! –y volvió a reír a carcajadas.

Y riéndonos, fue lo último que se dijo en el auto, ya casi llegabamos.

Sin dudas éramos tan distintos. En cierta forma, con todo mí cariño, lo bancaba en todo! Le decía siempre de frente lo que pensaba, y él, lo sé, apreciaba esa sinceridad de mi parte, y correspondía, con sincero amor hacía mí.

Al bajar, vi que llevaba una caja que me llamó la atención.

– Qué es eso? –le pregunté.

– Naa 'tri tri', Ya vas a ver! –contestó.

Intrigado repetí con insistencia:

– Que trajiste ahí, que cargada te vas a mandar?

– Luz negra, Margarito! –murmuró– vamos a ver si no conoce el miedo el viejo este!

– Luz negra? –dije desencajado– para que?

Mientras bajábamos las cosas del auto y nos acomodabamos, repetía:

– Tranqui, tranqui, 'cua cua cua'! Ya vas a ver!

No insistí más, una vez que estuvimos acomodados en la casa, salí a ver si veía a Margarito. Horas después, luego de varios bocinazos, señal de que alguien había llegado a la casa, vi al viejo venir cruzando por el potrero, lo saludé desde lejos y él respondió levantando su talero, se apeó acomodando su eterno "trabuco" en su cintura y dejó el caballo atado al alambre.

– Cómo anda joven Ángel? –me dijo.

– Cómo anda Margarito? –le contesté con afecto mientras le extendía la mano.

– Bien, todo bien! Ya lo ve amigo! Y viene solo?

– No, también vino Pedro, mi hermano.

– Alhaaajita! –dijo sonriendo, mirando hacía la casa– y de cómo por acá? –preguntó.

Y le conté que trás la visita de Peto, nos pico la ansiedad y decidimos venir.

– Está bueno!, está bueno! –contestó y agregó– Venía a darme una última vuelta, ya se hace tarde! Saludo a su "hermanito" y me vuelvo a casa.

Me reí del "hermanito", sabía de dónde venía. Y palmeando su hombro lo invité:

– Pero venga Margarito! Venga, acompáñenos! Vamos a cenar y a tomar algo!

– Bueno! –aceptó sin más– vamos entonces!

Él y Pedro se saludaron cordialmente, cruzaron un par de palabras al voleo mientras preparaba yo la cena. Comimos un guisado que hice, y tomando unos vinos, charlamos un rato recordando a nuestro padre.

Después de un rato y varios vasos de un buen Malbec, Pedro se levantó y me llamó aparte.

– Vas a ver que lo asusto al viejo –me dijo– Voy a dar la vuelta por el frente y voy a cortar la luz!

Yo lo escuchaba con un gesto de confusión, pero le seguía la corriente.

– Después –continuaba– vuelvo sin que se de cuenta el viejo en la oscuridad, y me voy a sentar al otro extremo de la mesa, con la "Luz negra" en la falda. Decile a Margarito que se quede sentado, que vas a buscar unas velas. Cuando yo me siente, voy a hacer dos golpecitos a la mesa y en ese momento vos pregunta, "dónde mierda están las velas?" Y yo hago el resto.

– No sé lo que planeas! Pero a ese viejo no lo haces tener miedo ni con una locomotora pasándole por encima! –le dije prendiendome en la broma, relajado por el vino.

– Ya vamos a ver! Ya vamos a ver! -Decía mientras sonreía ansioso.

Y asomándose apenas a la cocina dijo:

– Con su permiso, voy al baño y me voy a dormir, hasta mañana Margarito! –en voz alta aviso Pedro, y desapareció.

Volví a la cocina, y tomando mi vaso de vino le hablé al viejo:

– Así es don Margarito! Y cuénteme, cómo está usted, qué sabe de la Bertita?

– Y ahí anda la mocita! Bien, se me recibe en cualquier momento! –dijo orgulloso.

– Y no recita más? –le pregunté– No recuerda algunos versos Margarito?

El viejo miró al techo, y haciendo memoria asintió entusiasmado diciendo:

– Tengo uno que escuché en el festival de la Palma hace tiempo que me gustó mucho, creo que es de un tal Larralde. –Y comenzó:

"Llevaba catorce tiros
y un pistolón oxidao!
lo arrearon pal calabozo
por no estar autorizao,
de poco valió que tenga
dos hijos y un entenao…"

Alcanzó a terminar esa primera estrofa cuando la luz se apagó.

Mientras le decía a Margarito que aguardara en su silla mientras buscaba una vela. Hacía tiempo moviendo cosas en la oscuridad, para ocultar los ruidos de Pedro cuando entrara.

Casi un minuto después, sentí la señal, los dos golpecitos sobre la mesa y dije:

– Donde estarán las velas?

Y en la oscuridad, desde el otro extremo de la mesa, mi hermano contestó con voz profunda, grave y fuerte, encendiendo la luz negra:

– Acá está la vela!

Dos ojos y unos dientes increíblemente blancos, sádicamente sonrientes, aparecieron de la nada, en la absoluta oscuridad.

– Ehhh!

Se escuchó al viejo gritar mientras empujaba la silla hacia atrás, delatando en su voz, que estaba evidentemente asustado!

"Ganaste Pedro, ganaste" –pensé– mientras él hacía una mueca horrible entre risa y placer, de un fulgor resplandeciente en su mirada y en sus dientes!

Un segundo después, Margarito volvió a gritar más fuerte aun, desafiante esta vez, con su voz profunda y segura de siempre:

– Cosa e'mandinga!

Seguido de un poderoso estruendo y un fogonazo que inundaron toda la cocina.

Todo duró una fracción de segundo! Lo suficiente para que el fogonazo, me mostrara por última vez en todo su esplendor, enmarcada en una negra capucha entre una fina humareda con fuerte olor a pólvora, la diabólica y victoriosa cara sonriente de mi hermano.

(Escritosps, 2010)

Texto agregado el 29-06-2020, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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