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Inicio / Cuenteros Locales / hgiordan / LOS SUICIDAS (cuarta parte)

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- Yo creo que a vos todavía no te cayó la ficha, necesitás tu tiempo - opiné aunque ya no me escuchara…
-Vos no tomaste conciencia de lo que hemos logrado... Hace un rato estabas para romperte la vida allá abajo, y ahora tenés la oportunidad de armarte una nueva como Dios manda. Todo lo que pasamos valió la pena para los dos, cuando a mí me llegue la mala, estoy seguro que voy a tener a un amigo junto mi cama dándome un aliento hasta el final…Y vendrás con tu esposa, y con un hijo porqué no. Aquí se ablandó de nuevo, la estatua cobró vida y dio un paso desde la ventana, un gran paso, el principal, desde el acabose.
Entonces - Vamos, vestite que abajo estará tu esposa esperándote con el corazón en la boca, dale, dale…- Okey, okey, ya estoy bien, ahora soy yo. Me visto enseguida y bajamos. - Y te saliste con la tuya ¡eh! – me soltó cuando se ponía los pantalones…- pero no sé cómo agradecerte. Bueno, vos ya me lo dijiste, dándote aliento mientras lo necesités - completó cuando se abrochaba la camisa… - Y sí, entre amigos; favor con favor se paga - le contesté al ponerse el saco...Ahora estaba todo en orden , había conseguido lo que me faltaba; un reconocimiento. Pero tenía algo más, dos lagrimones por caerse de sus ojos y un par de palmadas que darme en un hombro, el premio mayor.
Tampoco sería todo, enseguida me regaló dos palmadas más. Una para cada hombro, ahora bien fuertes, como un empujón hacia la ventana abierta, un aliento grande. Resultado: un incontrolable desequilibrio a medio cuerpo y un hombre al aire que fui yo. Y en cuatro segundos se acabará esta historia que estoy contando...
Porque cuatro segundos duró mi caída, como seguramente aquellos lagrimones de cocodrilo secándose sobre un rostro humano. Obviamente, llegué primero que él por las escaleras, sobre la red de contención, que ya desplegada esperaba a un verdadero suicida y no a mí…
Cuando terminé de rebotar ante los ojos azorados de ese público auto convocado para un espectáculo gratis, pude ver a ese hombre, a Esteban bajando por la escalinata del edificio.Frente en alto, famoso, triunfal, rodeándose de cámaras y fotógrafos y a su esposa abrazándolo y llorando de felicidad, mientras yo no sabía dónde esconder mi descrédito ganado. Los bomberos que me conocían desde siempre, no pudieron contener sus carcajadas por esta ironía del destino. – “Y bueno, son gajes del oficio, ¿no? o “Fue un accidente de trabajo, ustedes saben”, me defendí ante algunos chistes y capciosidades de mis colegas que de alguna manera querían hacerme sonreír...
Ya en mi casa, tranquilo y completamente convencido de que mi carrera profesional llegaba a su fin porque del ridículo nunca se vuelve, me llamé a esta reflexión; de ahora en adelante debía completar mi existencia sin tener el compromiso de prolongar las de quienes no quieren. Terminar con mi soltería y formar mi propia familia, era hora… ¡Ah! y cuidarme de esa terrible enfermedad que como recurso psicológico utilicé para convencer a ese misericordioso suicida de lo bueno que es seguir viviendo, sea como fuera…

fin

Texto agregado el 28-06-2020, y leído por 180 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-07-2020 Buen final, para nada predecible. Un buen cuento de altura, no sé que piso, pero que se lee con agrado. Un abrazo. guidos
28-06-2020 Wau!!, la historia diò varios giros inesperados y sorprendentes, pero con final feliz. Este texto da mucho que reflexionar, mi conclusión es: "Que la caridad bien entendida, empieza por uno mismo". ELISATAB
 
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