Cuando Lucy, joven empleada, terminaba de regar las margaritas del jardín de la enorme casa; llegó un automóvil. Se trataba de Manuel, el hijo de su patrón, quién vivía en la capital con su esposa e hijos; y ocasionalmente venía de visita. Traía consigo un perro adulto; de color blanco con grandes manchas cafés; sus ojos eran de un color ámbar, elegante, de líneas armoniosas, robustas y que, según él, su única función sería la de cuidar la casa de sus padres. Tenía todo para ser un gran guardián. Fue una idea que se le ocurrió así, de un momento a otro; por lo que lo subió al auto y emprendió el viaje a la casa de ellos.
Un día, mientras desayunaba con los demás trabajadores de la casa, Lucy mencionó que aquel animal lloraba; y no con chillidos agudos sino con lágrimas. Todos rieron al mismo tiempo; le decían que eso es imposible, que los perros no lloran. Doña Amelia, la esposa del patrón, dijo: Su comida favorita son las tostadas, así que dale una. Si es así, como dices, las lágrimas con pan, pronto se le secaran.
Pero una lágrima dice más que un llanto –Dijo Lucy. Nadie prestaba atención, ni nadie veía que el animal tenía una mirada de angustia y tristeza, en las noches, temblaba del miedo de los ruidos extraños, como lo era el croar de las ranas, la oscuridad, el sonido del búho, y el ruido de las hojas de los árboles.
Lucy no podía concentrarse con sus quehaceres, porque mientras lavaba los platos y los guardaba, o mientras limpiaba el piso o mientras doblaba la ropa, la atormentaba el rostro de la profunda tristeza de aquel animal. Ella era la única en la casa que se había dado cuenta que el perro lloraba al viento sus desdichas, así que tomó la determinación de llevarlo a caminar por el pueblo, por si cambiaba su parecer.
Tony como así se llamaba, contagiaba la tristeza como una maldición. Cualquiera que lo veía se deprimía hasta malograr su día, porque sus ojos ahora, despertaban los recuerdos más tristes y antiguos, de cada persona.
Mientras caminaban, a su paso solo se oía el llanto, todos experimentaban una daga enterrada en el corazón y las lágrimas se oían caer.
El hijo de Doña Amelia, al poco tiempo se llevó al perro, no por lo que había oído en el pueblo, ni por lo que había oído de Lucy, ni por lo que había oído de su madre, sino porque había dejado un vació en su hogar.
Al regresar ambos a casa, Tony se bajo del auto, y salió a correr batiendo su cola; cuando llegó se paró en dos patas, y abrazó a su ama, y a los hijos de esta. Todos observaban con estupor que el perro lloraba y no con un chillido agudo, sino con lágrimas, pero esta vez, no eran de tristeza sino de alegría. El hijo de Manuel dijo a su padre que el perro había hablado, bueno… y es verdad, por que un abrazo es un idioma que de cuando en cuando vale la pena descifrar. |