Alemét recordaba que muy joven había partido de su pueblo para la capital, esa vez tan sólo llevaba su equipaje y sus conocimientos de agricultura. Al principio no conseguía trabajo alguno. Un día, se presentó con muchas otras personas para trabajar como agrónomo. Todos lo observaban por su manera de vestir tan sencilla y poco elegante, pero Don Zacarías, el científico de aquel instituto, descubrió que tenía más conocimientos que cualquier otro. Don Zacarías le enseñó a Alemét todo lo que sabía y con el tiempo, Alemét se convirtió en un gran científico.
El gobierno había decretado un recorte en el sector de ciencia y tecnología, el rostro de los empleados era de desolación y tristeza. Por más de 40 años de trabajo en aquel sitio, todos conformaban una familia, ahora se tendrían que separar. La noticia del despido le preocupaba mucho a Alemét, ya que en los últimos años venía trabajando en un proyecto secreto. Se trataba de una fórmula química, que él había inventado, basada en tomate y que al aplicarla a las semillas de las mismas, estas al germinar crecían tres veces su tamaño normal.
Alemét sabía que le faltaba poco para culminar su proyecto, solo tendría que convencer al estado para su ayuda. Muchas veces en sus largos años de trabajo, había visto que los dineros destinados a proyectos biotecnológicos, eran desviados a los bolsillos de las personas a cargo o en otros planes, sin embargo él insistiría.
Cuando Alemét se presentó con su montón de papeles ante la comisión del centro experimental para explicarles el gran descubrimiento, algunos al verle con su traje sin corbata y su vestir tan sencillo, no prestaron atención y mucho más, cuando se enteraban que nunca había estudiado en un Instituto ni tenía títulos, otros solo se reían ya que no creían lo dicho, algunos no veían futuro en su proyecto y otros afirmaron que no había presupuesto.
Decepcionado que aquellas personas se fijaran sólo en su apariencia y de no tener apoyo en la inversión del conocimiento, decidió volver a su pueblo; uno de tantos olvidados por la nación.
Alemét apesadumbrado, desde su cama observaba la gran fórmula. Su sobrino Ásael entró en la habitación, ya que desde el día que su tío llegó, se encerró allí.
Ásael dijo: Es comprensible que estés triste por tu invento, el hombre debería juzgar por las acciones; sin embargo, no te desanimes, el éxito de la vida no está en vencer siempre, sino en no desanimarse nunca. Alemét con una dosis de ímpetu coraje, deseó seguir con su sueño.
El siempre había trabajado con tomates, pero ahora experimentaría con otras semillas de hortalizas. Estas no crecieron tan rápido, resultaban comunes, pero resultó, que los frutos eran de la mejor calidad, todas las variedades eran resistentes a enfermedades, plagas e insectos. |