El plan parecía perfecto, pero nunca lograba su objetivo. La persona que buscaba era predecible, casi autómata. A las 24 horas en punto, cerraba la puerta de su hogar, pero no la cerraba así como así, sino que la abría un par de segundos, sacaba la cabeza, oteaba el lugar y luego le echaba llave. Tras ello, se aseguraba que aquella que un segundo antes había activado estuviera colgando de la cerradura. De esta manera, su plan no era otra que hacer su aparición fantasmal, literalmente, cuando según su estrategia "el objetivo oteara el ambiente". En ese momento debía caerle encima y darle un buen susto. Así día tras día esperaba que dieran las 24 horas para mostrarle su peor cara y matarlo de horror. Pero por alguna razón llegaba tarde. No sabía explicarse las razones por las que fallaba su estrategia para atacar a ese hombre. Este, por su parte, pensaba siempre que en algún momento lo podían asaltar, que en algún momento podía caerle algo sobre su cabeza o que surgiría un espectro cuando cerrara la puerta. Pero nunca ocurría esto, tal vez porque no existían los fantasmas. Y quizás a aquella alma en pena le pasaba que nunca llegaba al hombre para ejecutar su fantasmagórico plan porque el hombre no existía y no era otra cosa que fruto de su imaginación, de su necesidad que aquel existiera para provocar algo, un espanto, un grito lastimero pero algo, que le confirmara por los efectos en el otro, que él un fantasma solitario existía realmente. Y justamente porque el llamado hombre no existía no podía llegar hasta él porque era imposible acercarse a aquello que no es. Pero además pensaba que aquello que parecía ocurrir una y otra vez no era más que el mismo suceso encapsulado, en eterna repetición.
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