En la sala de espera se sentía la desesperación, esa humedad palpable en los cuerpos. Todos se miraban desconfiados mientras rondaba el miedo, entre la penumbra que deja el humo del cigarrillo, junto a una pequeña lámpara de pie, que apenas roza con su luz los rostros se ven sumergidos en pensamientos propios.
El médico exhausto llamó a otra paciente por su nombre de pila, la mujer levantó su tez mirando fijamente al doctor que la apuntaba con su dedo índice. Sus ojos descoloridos buscaban una salida e imaginaron situaciones, el doctor seguía ahí de pie como una estatua firme y descolorida, ambos sentían el peso opresor. Los demás pacientes atribulados pedían ser el siguiente, al sentir la pausa estacionada.
Paciente y médico no interpretan lo que alrededor de ellos sucedía, ojos, y ojos desmesuradamente abiertos y confusos, silencio, atropello y desertores entre los dos.
La máscara rodó partiéndose en miles de pedazos; todo desapareció de la sala, la verdad se mostró sonriente, ya nadie volvería a sentir miedo, ni dolor, ni angustia, un soplo de amor creció en sus pupilas...
Alessandrini Maria del Rosario
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