Todos en el pueblo odiaban a Clemente; era un hombre de carácter fuerte, descortés, malvado, grosero que prestaba dinero con intereses excesivos, pero este sentimiento de rechazo no era solo de aquel lugar, era también de su familia.
Una vez su esposa al regresar del mercado, encontró en su casa un charco de sangre, era del perro negro de los vecinos, los Ramírez; que yacía muerto y acuchillado. Clemente, le había quitado la vida tan solo por que el animal se había introducido en su casa.
Ese mismo día Clemente salió a pasear en su caballo y sintió un fuerte dolor en el pecho, cayó súbitamente.
Clemente se encontraba ahora en un velatorio, como ha de suponerse, no asistieron muchos. Lo que nadie sabía, era que Clemente no estaba muerto; él percibía lo que estaba ocurriendo. Intentó gritar, hizo espasmódicos esfuerzos para abrir la tapa del ataúd, pero no se podía mover, sus labios y su lengua se habían resecado, su corazón palpitaba de angustia, nunca había sentido tanto temor como en ese momento.
Clemente nunca había sido piadoso y después de todo un día encerrado en el féretro sin poder moverse, imploró a Dios por su auxilio.
Su esposa y su hijo se acercaron al féretro. Su esposa con susurro musitó: - Ahora todo será diferente. Algunos otros también se acercaron a despedirse y en murmullo le decían palabras obscenas descargadas por el odio que sentían.
La angustia se apoderaba de Clemente al escuchar los pasos de la procesión; recordaba todo el mal que había hecho, los golpes a su mujer, las humillaciones al hijo, las peleas con la gente del pueblo, la muerte del perro negro. Pidió a Dios que si lo sacaba de ese suceso; cambiaría para bien por siempre, no soportaba la idea de imaginarse que lo sepultarían vivo. Comprendió que había obrado mal y que en la vida no se puede ser tan perverso, porque el que mal anda, mal acaba.
De pronto, cuando echaban las primeras palas de tierra sobre la tumba, la concurrencia escuchó estupefacta un ruido que venía del ataúd. Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto.
Con ayuda de los presentes Clemente salió de allí. A lo lejos del cementerio, cerca del árbol de Ceiba, Clemente vio al perro negro de los Ramírez, este lo observó por un rato, luego desapareció. |