LOS SUICIDAS
Me acuerdo que tuvimos que derribar la puerta del departamento para poder tener nuestro primer contacto visual con ese hombre. Yo entré solo como debía, y enseguida me impresionó ver su silueta a contra luz en ese gran ventanal. Parecía un Jesús crucificado, pero de espaldas y sin la concebida cruz. No podía ver su rostro de frente, no obstante, con una mirada rasante desde atrás, pude adivinarle una barba crecida sobre un perfil con huellas de un sostenido cansancio y dejadez. Y aunque su torso también lucía flaco y desnudo como aquel mártir, igualmente se mostraba firme sin esos maderos faltantes, sobre un brocal no más ancho que sus pies descalzos. Por lo bajo lucía en calzoncillos blancos pero sucios, recordando aquel taparrabos andrajoso y se sostenía con los brazos extendidos. Los dedos de una mano apenas arañaba el revoque de un costado de la abertura, mientras que con la otra sí se aferraba fuertemente. Estos dedos apretaban el filoso metal del marco corredizo hasta quedar blancos de sangre ausente, o con sangre fría, porque para sostenerse de esta manera, con escrupuloso rigor y por tantos minutos, se la necesitaba así de insensibles. Sería hasta que él decidiera en qué momento se arrojaría…
Siempre esta decisión es una incógnita para quién está detrás de un potencial suicida, y para eso estaba yo allí, para ayudarle a decidir. Mejor dicho, para salvarlo o intentar, ya que esa era mi función ahí. Mi profesión, pecando de inmodesto; la de un eficaz integrante del “Centro de Asistencia al Suicida”. Y aunque también suene pedante, diré que hasta ese momento no había fallado nunca. Nadie había osado arrojar por la ventana su vida entera, para hacerla añicos contra la vereda ante mis narices...
Yo estaba entrenado para saber escucharlos primero, para adecuar mi locución cuando fuera necesario y ser punzante si lo exigía el momento. Siempre sin herir susceptibilidades como regla principal, y para entrar en acción decididamente si se me daba esa preciosa oportunidad. Aunque es bien sabido que esta gente sabe esperar, que algo siempre aguarda; una última señal, una brisa que acaricie su mejilla con una esperanza, una revelación al aire tirada… algo distinto que lo saque de las pestañas de esas chifladuras. Éste es el punto de inflexión entre la vida y la muerte para estos individuos llevados a esta loca encrucijada.
…Un minuto me quedé en medio de esa lúgubre habitación quieto, callado y en obligada calma. Observé todo el escenario y contuve una posible compulsión mía (debía contenerme) antes de pensar cómo entrar en contacto directo con el sujeto en cuestión...
…Otro minuto me llevó pensar que allí estaba viviendo un desahuciado, un mendigo usurpador, un fugitivo o un loco. Todo era un caos; los muebles desacomodados, botellas vacías esparcidas en el piso, restos de comidas malolientes, una heladera vacía y abierta... un jarrón desagotado de agua y flores, y él mismo... Él mismo, decorando ese vitral, se sumaba para que todo me resultase insoportablemente patético...
En el tercer minuto, sí, debía pergeñar mi táctica de disuasión. En este punto, y con vergüenza por cierta morbosidad, debo confesar que sin otros elementos de juicio más de los que tenía a la vista, solo atiné a especular un desenlace. Empecé mal, por el final. Jugué a adivinar, pésimo de mi parte distraerme en una conjetura tan pesimista…
Y sí, me detuve en las apariencias. Por la ropa que no llevaba puesta pero que estaba tirada por ahí, deduje que este tipo era de clase alta. Por su postura airosa aún al filo de la muerte, su notable equilibrio emocional, pecho henchido, manteniendo la cabeza erguida bien pegada al vidrio, era la de rico con la frente en alto todavía… Un empresario en bancarrota o un banquero quebrado se hubiese tirado antes que yo llegara. Elegiría una muerte segura y con dignidad, a vivir en la vergüenza de ser pobre para siempre…
Poco después, cambié rotundamente de opinión...Noté que este hombre estaba más pendiente de lo que ocurría a sus espaldas que de otra cosa. Ya sabía que alguien había entrado a la fuerza y esperaba que le hablaran. (Por el momento yo debía abstenerme)...Ahora, para mí, era un tipo común, vulnerable y sensible, aquejado por un mal de amores, abandonado por su esposa, o amante, a la que sólo quería llamar su atención. Ella estaría entre esa multitud que ya se habría formado abajo y subiría en cualquier momento. Entonces, éste tipo de personaje no se tira, me dije, espera...
En fin, el andar en contemplaciones no me sirvió más que para perder un tiempo precioso… Para diseñar una estrategia de disuasión con el mínimo margen de error, debía conocer su perfil psicológico primero, y ya había derrochado otros tres minutos divagando.
Me olvidé que siempre se trata de convencer para negociar, con la persuasión de un apóstol y la especulación de un eximio ajedrecista...Sabía que precipitarme ahora hacia la ventana para hablarle no era la mejor opción, su reacción ante cualquier movimiento raro podía ser la peor. Mi comportamiento era quedarme clavado al piso calladamente y esperar también. Mi nueva percepción era que no aguantaría el silencio y sería el primero en romper el hielo diciendo algo. Además, necesitaba el tiempo en asegurarme que ya hubieran desplegado la red de contención, dado que al subir los bomberos aún no lo habían logrado. A esta altura de las circunstancia intuía que éste sería el caso más arduo, comprometido y traumático de mi carrera, o el último.
De pronto mi sigilo se quebró como lo había calculado, el mutismo explotó desde afuera a los gritos pelados:
-¡Están ahí, hijos de puta... Les puedo sentir el olor, basuras de mierda!. Váyanse o me tiro!
Continurá... |