En medio de algunas escenas incoherentes aparece mi psicólogo diciendo que ante un sueño de angustia enseguida despertamos. Se trata de un mecanismo de defensa. Comprendo que algo va mal porque mi mecanismo no está funcionando.
Esta desesperación comenzó hace varios minutos y, desde ese momento, el temor se agiganta a medida que percibo la proximidad de una enorme bestia.
El martilleo en el pecho me obliga a gritar, sin embargo no brota ningún sonido.
Deslizo los dedos por el tapizado de cuero. Hace frío, la calefacción no funciona y el vehículo se niega a continuar el viaje.
Mi esposo grita:
-¡Ana, tenemos que salir! Por favor ¡Despierta!
Ante sus súplicas trato de moverme, es imposible: el cinturón está trabado.
Él abre la puerta y baja.
Los latidos de mi corazón aplacan el rugido feroz que se acerca velozmente.
Mi marido trata de sacarme del auto, hago un esfuerzo para despertar, no lo consigo.
El peligro es inminente, la pesadilla golpea sin piedad, pero la voluntad siempre termina por imponerse.
Entonces despierto justo cuando mi corazón estalla y muero sin ver al tren que nos pasa por encima.